DEBATE SOBRE UNA PRESTACIÓN

El urgente y necesario ingreso mínimo

Solo se puede transitar hacia la normalidad si las administraciones inyectan liquidez a empresas y familias

El Ministro de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones, José Luis Escrivá, este miércoles, antes de comparecer ante la Comisión de Trabajo del Congreso de los Diputados

El Ministro de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones, José Luis Escrivá, este miércoles, antes de comparecer ante la Comisión de Trabajo del Congreso de los Diputados / periodico

Jordi Alberich

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La implementación de una medida tan razonable y necesaria como un ingreso mínimo vital ha venido acompañada de un debate tan confuso como agrio. Así, las mal gestionadas diferencias en el seno del Gobierno han sido magnificadas por una oposición que, sin asumir la gravedad del momento, sigue priorizando el deteriorar a la coalición de izquierdas. 

Esta renta mínima, ya considerada en los países avanzados que padecen las secuelas del covid-19, responde a la dramática personalidad de una crisis que ha hecho que los más de<strong> tres millones de parados </strong>de hace unas semanas se estén acercando, hoy, a los nueve millones, al sumárseles los afectados por ertes y los muchos autónomos que se han quedado de brazos cruzados. Ante tamaña tragedia, solo se puede se puede transitar hacia la normalidad perdida si las administraciones inyectan liquidez directamente a las empresas y, también, a las familias. Sin embargo, esta medida, orientada a las personas más vulnerables, genera desconcierto en un doble sentido

Doble desconcierto

Por una parte, por su convivencia con otras rentas mínimas, que ya venían experimentándose a nivel autonómico. En este sentido, cabe diferenciarlas claramente, pues mientras estas responden a una situación de normalidad y se limitan a colectivos determinados a los que acompañar en su camino de la marginalidad a la ocupación, el mínimo vital es de carácter general, orientado a todas las familias vulnerables, para que puedan acceder a los bienes indispensables en estos meses de confinamiento. 

Por otra, al desconcierto contribuyen aquellas posiciones extremas que pretenden aprovechar el desastre para llevar el agua a su respectivo molino. Así, mientras la izquierda más radical señala que este ingreso ha venido para quedarse, los ámbitos más conservadores se rebelan ante cualquier asomo de generalización, convencidos de que una renta mínima no haría más que favorecer una actitud displicente por parte de millones de ciudadanos, que se acostumbrarían a la vagancia.

En función de la coyuntura

Lejos de unos y de otros, debe entenderse este ingreso mínimo vital como una medida de emergencia ante una situación temporal y dramática. A medida que vayamos regresando a una cierta normalidad, será el momento de, atendiendo a la coyuntura que nos encontremos, decidir qué conviene hacer con el ingreso: suprimirlo,  reorientarlo o  darle continuidad.

En cualquier caso, esta medida resulta hoy necesaria y urgente. Las energías y el debate deben orientarse a conseguir el mayor acuerdo posible entre partidos y agentes sociales. Y hacerlo empezando por el más sencillo y, a la vez, trascendental: alcanzar una posición común en política europea. La negociación que se avecina entre norte y sur resultará durísima, pues el gran pacto no se formalizará tanto en la Moncloa, como en Bruselas. Que los grandes partidos no hayan alcanzado dicho acuerdo, y se dediquen a acusar al otro de los muertos, es de una bajeza extraordinaria. La propia de quien se deja llevar por el "cuanto peor, mejor".