Análisis

La productividad de los servicios sanitarios ante la epidemia

coronavirus. Enfermeras durante los aplausos a sanitarios en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid

coronavirus. Enfermeras durante los aplausos a sanitarios en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid / periodico

Guillem López Casasnovas

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Uno de los temas peor tratados en la economía empírica es el de la productividad de los servicios. En los estándares de la contabilidad nacional se valoran estos de acuerdo con el coste de sus 'inputs'. Tanto gastas en tu sistema, tal es su valor. Con ello, por definición, los aumentos de productividad son siempre, empíricamente, nulos.  Ciertamente, como ya señaló W. Baumol en la década de los sesenta, en su famosa identificación del 'productivity lag' en el sector de servicios, trabajo-intensivos por naturaleza, los aumentos de productividad incluso conceptualmente resultan complicados si se quiere preservar el nivel de calidad de los estándares: no haremos que los músicos toquen más rápido la famosa sinfonía inacabada, ni ahorraremos en costes sustituyendo violinistas por amplificadores sin hacer burla de la calidad. Igual en el número de representaciones teatrales o en la rapidez de nuestras visitas a los museos. Aunque en la enseñanza, como en estos días vemos, se han abierto caminos, queda aún mucho campo por recorrer. Las dificultades pues de traducir 'outputs' (actividad) de los servicios públicos por resultados ('outcomes') en términos de impacto en el bienestar y calidad de vida de las personas son incluso mayores que las observadas para la asociación entre renta y bienestar.

Viene ello a cuento de que en esta epidemia maligna en que nuestros profesionales se desviven, aumentan sus horas y desvelos, difícilmente registraremos aumentos de productividad de nuestros servicios sanitarios. Esto es obsceno para un economista que sabe que aquel esfuerzo mejora bienestar, salva vidas, ofrece tranquilidad y da valor a la resilencia social. En la respuesta a la epidemia se aprende a trabajar de modo diferente, se colabora entre profesionales sin discusión de que hay de lo mío e incluso los dispositivos privados hacen efectivos sus partenariados. ¿Cómo alguien puede decir que la productividad no aumenta ya que las retribuciones son las mismas? Los incentivos, además a la mejora de 'know how' (recuérdese de dónde hemos llegado a sacar respiradores!) o de investigación sanitaria no tienen parangón en la actual disyuntiva, tanto para el presente como para el futuro. 

De modo similar para profesores y ciudadanos que aprendemos a trabajar de otro modo, fuera de las horas de clase convencionales o de tener que imputar a costes las pérdidas de tiempo por transporte y congestión. O de trabajadores y empresarios que adaptan sus cadenas logísticas y de distribución para ajustarse a las nuevas necesidades. Más de lo mismo no siempre es mejora: fijémonos en el menos y mejor, o en el mejor a secas para la productividad de los tiempos que vienen.