LA VUELTA AL FÚTBOL TRAS LA PANDEMIA

El negocio quiere desvirtuar al fútbol

Luis Rubiales y Javier Tebas, máximas responsable del fútbol español, frente a frente.

Luis Rubiales y Javier Tebas, máximas responsable del fútbol español, frente a frente. / periodico

Antonio Bigatá

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Los efectos del coronavirus nos alcanzan a todos. En primer lugar a los fallecidos, los enfermos y sus familias. Ese es el peor coste, tan alto y no cuantificable. Pero afectan a todos los demás; a los trabajadores que han perdido temporal o definitivamente el trabajo y la remuneración; a las empresas que se han hundido o han quedado seriamente tocadas para bastante tiempo por la inactividad; a las finanzas públicas y particulares... Hay que dar por buenos y aceptar esos perjuicios porque en definitiva responden a que se hace todo lo posible para salvar el máximo número de vidas. Pero hay una excepción: no el deporte del fútbol sino el negocio del espectáculo deportivo, que no es lo mismo, no lo acepta y maquína para no poner su parte. Planea lo que sea para conseguirlo y se propone complicar hasta el absurdo la vida de los jugadores, los seguidores y las competiciones, retorcerlo todo, pisotear derechos laborales y tradiciones, con el objetivo de salvar su pasta.

La imposición de Tebas

Unos dirigentes que se parecen éticamente a Javier Tebas, presidente de la Liga Profesional, proyectan celebrar los partidos que quedan por disputarse esta temporada aunque sea sin espectadores, pretenden dar continuidad a las competiciones aunque sea sin la equidad imprescindible. Están dispuestos a que se disputen los encuentros aunque sea en pleno verano y constituya una barbaridad médica exigir los máximos esfuerzos físicos y mentales a los futbolistas, sin los descansos imprescindibles entre una jornada y otra, con las altas temperaturas del verano español, y están dispuestos a vulnerar los derechos que tienen como trabajadores los jugadores cuyos contratos vencen el 1 de julio. No buscan de que siga con normalidad el fútbol después de este paréntesis. Los del deporte-negocio lo subordinan todo a que en los estadios se haga algo, lo que salga, como sea, con tal que pueda ser televisado y que ellos cobren las retransmisiones. Ese es la cuestión: no preservar el fútbol sino mantener la tajada económica de la que ellos se benefician directamente a través de sus siempre importantes sueldos.

Con los calendarios que tenemos de las previsiones científicas sobre el coronavirus y la necesidad de evitar los contactos humanos directos, el sentido común dice que, deportivamente hablando, esta temporada ya no tiene solución razonable y que hemos de empezar a mentalizarnos todos de que tendremos que borrarla a todos los efectos como truncada, inacabada y sin validez. Que no conste ni para los palmarés ni las estadísticas. A partír de eso la preocupación de los organizadores de las competiciones habría de ser, en definitiva, empezar a pensar en salvar la próxima y no desvirtuarla con una prolongación caótica, injusta e invasiva de la actual. Aceptar la anormalidad de un año sin conclusión en vez de provocar el desbarajuste de dos, tanto en el ámbito nacional como el internacional, tanto

en la esfera de clubs como en la de selecciones.

Los derechos de los futbolistas

Concretemos los dos aspectos principales de lo que se está barajando:

Falta de equidad. Disputar los partidos pendientes a puerta cerrada no sería justo porque el equipo local jugaría sin el apoyo de sus seguidores, que como todos sabemos forman parte de los partidos e intervienen en ellos. Si un Getafe-Granada se disputó con público la ida, el Granada-Getafe debe hacerse en las mismas condiciones para no desvirtúar la competición. No es una nimiedad. La desigualdad entre actuar como local o visitante no es una opinión subjetiva: el mismo mundo oficial del fútbol lo reconoce en las fases eliminatorias dando un valor añadido a los goles marcados en campo contrario.

Injusticia laboral. Los organizadores del campeonato no tienen derecho a prolongar sin consentimiento explícito de cada jugador la duración de sus contratos, de su vinculación laboral. El fútbol no tiene porque incumplir las leyes generales vigentes en los países respecto a esa materia. El 1 de julio acaban los derechos de los clubs sobre muchos futbolistas, y punto. La FIFA puede recomendar lo que quiera pero no es competente para modificar eso. Lo único que en todo caso le corresponde sería fijar, de forma excepcional, unos nuevos plazos de tiempo para efectuar fichajes, es decir, la ventana de contratación del verano y la de fin de año.

Todo lo que no sea anular esta temporada y dejarla inacabada es una agresión al espíritu más elemental del fútbol y a sus protagonistas. A Tebas, por interés únicamente económico, le apetece no hacerlo. Hacerle caso sería una barbaridad.