IDEAS
No leerás a Proust
En esta pandemia tampoco abriremos las obras maestras que languidecen polvorientas en la biblioteca
Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con una quincena de libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona'. Entre las últimas publicaciones, 'Nadar con atunes y otras aventuras gastronómicas que no siempre salen bien' y 'San Elvis, ruega por nosotros. Crónicas de un tiempo irreverente'
PAU ARENÓS
Este texto habría sido otro de haberlo escrito hace un mes al comienzo del encierro. Solo había estado cautivo de niño, durante una hepatitis. Creo que fueron una veintena de días de cama, agujas hipodérmicas y tostadas con jamón de York. En el intermedio murieron dos Papas.
En torno a la primera quincena de marzo, el espíritu para contar habría sido generoso y optimista, moderadamente feliz si conseguíamos estar a salvo de la enfermedad.
Entonces, poseído por el carácter del redescubrimiento, hubiera explicado el placer de recorrer las estanterías de la biblioteca –¡cof, cof, cuánto polvo, por Dios!– en busca de obras maestras jamás leídas o de obras maestras ya olvidadas pasada la fiebre de la adolescencia.
Me imaginaba sentado en el sillón de orejas que no tengo, con la pipa que no fumo y con el whisky que no debería beber. 'En busca del tiempo perdido', de Marcel Proust, habría sido la obra elegida por la idoneidad del título y por el tamaño inabordable cuando éramos libres y nos relacionábamos.
Ese artículo habría elogiado al 'flâneur' doméstico, al paseante por el piso, al vagabundeador por la cocina, el lavabo y el balcón y atento a los desperdigados objetos del piso y al siempre interesante rodar del tambor de la lavadora.
Vivir el momento, diría en esa columna inédita, vivir atentamente. Embobarse con la lámina del 'Guernica' intentando descifrar el caballo y preguntarse por qué enmarcamos nuestro primer ganchillo.
Nada de eso ha sucedido. Saldremos del encierro con la misma cultura de fideo instantáneo con la que entramos. No somos lo que hemos leído, sino lo que 'creemos' que leímos.
Netflix o HBO chupan nuestras neuronas como vampiros electrónicos. Es un entretenimiento leve, que no nos obliga, que no nos exige, que permite salvar la tarde –las tardes– encadenando episodios. ¿Drogas? El 'trankimazin' de las series, el suave embotamiento de la mente después de tragarnos una larga tanda de capítulos.
¿Y Proust? Seguirá ocupando el noble y oscuro y polvoriento lugar que le corresponde en la biblioteca y al que rescataremos en la próxima pandemia.
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