La crisis de la pandemia

Tiempo de prueba y de esperanza

El ser humano posee muchos recursos y la solidaridad es una palabra clave en el tiempo nuevo que comienza

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Armand Puig

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La primavera ya está aquí, espléndida, y con el aire y el agua del mar más limpios que nunca, con nieve en el Pirineo y temperaturas suaves. La naturaleza respira, sin la presión de la actividad habitual, y hace más habitables y bonitas las ciudades, con sus periferias y conurbaciones, y los pueblos, con sus llanuras y valles. El país, sin embargo, está parado, y los hospitales y otras instalaciones están llenas de enfermos graves y de personas que, heroicamente, los cuidan. El virus no perdona a nadie, sobre todo a los más vulnerables, y estamos dominados por la inseguridad y la incertidumbre. En pocos días, hemos pasado de ser una sociedad tranquila y satisfecha de sí misma a una sociedad con miedo y abrumada por los miles de personas que han muerto solas, en los hospitales, en las residencias de ancianos, incluso en casa. También muchos de los que han contraído el virus y la han sobrevivido, han pasado graves dificultades y la dura soledad del aislamiento.

El coronavirus ha sometido media humanidad a una prueba de estrés colosal, que afecta tanto a las personas enfermas como las sanas. Quedarse en casa es estrictamente necesario, pero se hace pesado e interminable. Y es que no podemos vivir sin el otro, aunque sea telemáticamente. Estamos descubriendo la importancia de acompañar la soledad del que está solo, y constatamos la impotencia de no poder hacerlo cuando la enfermedad aprieta o ahoga. Como dijo el Papa, no nos podemos salvar solos. Este es un tiempo de prueba. Y al mismo tiempo, paradójicamente, es un tiempo de esperanza. Hoy es día de Pascua, y Pascua significa resurrección, victoria sobre la muerte, entrada en un mundo nuevo. Pascua es un canto a la vida, a la luz que disipa las tinieblas, a la amistad que ahuyenta la angustia. Pascua es reencuentro, diálogo, afecto, abrazo. Esta es la experiencia de Jesús. Y es que de dentro de la oscuridad pueden salir entonces de esperanza.

Ante la primera epidemia que afecta a todo el planeta, crece la conciencia de pertenencia a la gran familia humana. El virus no ha hecho distinción entre razas ni culturas, entre norte y sur, entre fuertes y débiles. Todos estamos remando en el mismo barco. Solo los niños -por razones aún desconocidas- resisten mucho mejor. Ellos confirman que hay futuro. Por otra parte, los ancianos han sido los más golpeados, y vemos que demasiadas veces se ha tratado su enfermedad con criterios de productividad y eficacia. La reacción ha sido unánime: toda vida humana tiene el mismo valor y no puede ser evaluada por razón de la edad o de la debilidad.

La prueba del coronavirus ha abierto grandes espacios de solidaridad y de creatividad. El confinamiento se ha convertido en una lucha contra la resignación y el desánimo. El ser humano posee muchos recursos. Es capaz de dar respuestas a un presente complejo e imaginar un futuro diverso, en el que resuciten personas y pueblos. La solidaridad es una palabra clave en el tiempo nuevo que comienza. Hoy es Pascua. Hoy triunfa la vida. En medio de la prueba prevalece la esperanza.