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El pufo está en marcha

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Ramón Lobo

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Donald Trump no puede aplazar las elecciones del 3 de noviembre; los republicanos, tampoco. Necesitarían reformar una ley federal de 1845, algo imposible sin el voto de la Cámara baja, en manos de los demócratas. Menos aún prorrogar la presidencia con argumentos de emergencia nacional. La fecha del juramento del cargo -20 de enero, a las 12.00- está determinada por la Constitución. Lo que sí puede es manipular el resultado. Lo que va a intentar en los próximos meses con ayuda de los 26 gobernadores republicanos.

La alarma saltó el lunes en las primarias de Wisconsin. El Tribunal Supremo de EEUU decidió por 5-4 no ampliar el plazo del voto ausente en seis días solicitado por los demócratas. Es un voto que se habilita en circunstancias excepcionales en las que es difícil o imposible acudir a las urnas. Parecía que las restricciones provocadas por el covid-19 entraban dentro de este apartado. La decisión del Supremo abre las puertas a que otros Estados rechacen este voto o dificulten otras dos modalidades en noviembre. Las reglas para el voto por correo y el anticipado varían en cada Estado. El censo electoral será otra batalla. Georgia y otros Estados tratan de perjudicar a las minorías.

Este podría ser unos de los motivos que ha llevado a Bernie Sanders a dar por terminada una campaña en la que no tenía opciones. El Partido Demócrata necesita concentrarse en tres asuntos: lanzar a Joe Biden y la candidata a la vicepresidencia (será una mujer); atraer a los votantes de Sanders y al 30% de los sindicatos que en 2016 no votaron a Hillary Clinton, y vigilar los votos por correo y adelantado, que es donde se puede producir el fraude. Cualquier vía judicial terminaría en un Supremo controlado por los republicanos.

Voto por correo

Trump ha entrado en esta guerra al sembrar dudas sobre la fiabilidad del voto por correo, que considera expuesto al fraude. Ignora las recomendaciones de los expertos que auguran un largo periodo de distanciamiento social. Paul Krugman, articulista del 'The New York Times' y premio Nobel de Economía, cree que echar a Trump no va a ser fácil. Denunciar un fraude y negarse a aceptar la victoria de Biden sería la última fase de esta estrategia. En el 2016 denunció las trampas de Hillary pese a haber ganado.

Los demócratas ya pueden 'vender' a Biden sin esperar a su proclamación en la convención de Milwaukee en julio, cuya celebración está en el aire debido al coronavirus. Puede actuar como tal y contar con el apoyo de Barack Obama, y otros pesos pesados que se habían mantenido en un segundo plano sin ocultar sus preferencias por Biden.

Una de las claves será el nombre de la candidata a la vicepresidencia. Podría optar por una figura que le ayude a ganar en un Estado clave (todo se juega en 12 indecisos), como la gobernadora de Michigan Gretchen Withmer. El golpe sería Elisabeth Warren con el objetivo de atraerse el voto progresista. Para ser creíble, Biden necesitaría algo más, debería modificar parte de su discurso sobre la sanidad pública y el clima.

La retirada de Sanders es un servicio a regañadientes a su partido. Sabe que era su última oportunidad. En la siguiente campaña tendría 82 años. Su objetivo de fondo está conseguido. Ha logrado situar en el debate nacional asuntos que hace un lustro eran marginales, como la necesidad de una sanidad pública similar a la europea, además de un gran pacto como el New Deal de FDR, pero centrado en la emergencia climática.

La catástrofe del coronavirus en EEUU da sentido a la exigencia de una sanidad financiada con los impuestos, que se vea como una inversión en la salud y no como una carga. La opinión pública se mueve poco a poco en esa dirección. Los miles de lobistas que defienden el negocio privado habían movilizado 500 millones de dólares para contrarrestar a Sanders.

Ahora tienen otro problema, la realidad de miles de familias que temen arruinarse. Un 25% de la población carece de seguro, además de los sin papeles. Otra gran aportación de Sanders ha sido la movilización de miles de jóvenes. De esa cantera surgen Alexandria Ocasio-Cortez y otros demócratas insurgentes. Los cambios de calado necesitan años y décadas de maduración.

Trump no lo sacará de la Casa blanca su gestión de la crisis, el número de muertos, su negacionismo inicial y sus bandazos; tampoco una segunda oleada vírica. Ya ha encontrado un chivo expiatorio en la OMS.  Al presidente lo derrotará la economía: millones de parados sin cobertura médica ni social en un país armado hasta los dientes.