LA CLAVE

De perros y segundas residencias

Atrincherados en nuestras casas por el coronavirus, con víveres e internet, la cotidianeidad va cambiando nuestros hábitos, normas y paisajes mentales

Controles de tráfico para evitar desplazamientos en Semana Santa

Controles de tráfico para evitar desplazamientos en Semana Santa / periodico

Carol Álvarez

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La nueva normalidad es una calle donde los paseantes de perros son un vestigio del pasado. Sin guantes sin mascarillas. Como si no hubiera pasado nada o no se hubieran enterado. Un parque con muchos perros y sus dueños es lo más parecido a un museo al aire libre como esos que tanto montan en los países nórdicos. Así vivían los vikingos, rezan sus reclamos publicitarios. Las calles de esos museos reproducen casas y tiendas antiguas y los figurantes se visten de época y hacen pan como entonces y huele todo a un pasado muy antiguo que queda ahí como atrapado en una gota de ámbar. Los paseantes de perros que vemos desde el balcón confinados, o en la salida apurada al supermercado, nadan en un ámbar invisible. Algunos llevan mascarilla, pero no es lo habitual. Vagan a distancia unos de otros, no tocan nada, nada les toca.

La nueva normalidad (aún) tolera al vecino que toca el saxo durante horas. También mira entre la incredulidad y el reproche al casi centenar de vehículos que carretera y manta (ya llega el tiempo de sombrilla, alguna habría en los maleteros) se desconfinaron para ir a sus segundas residencias esta Semana Santa. Nostálgicos, inconstantes, rebeldes, negacionistas, irresponsables. En cada uno de esos vehículos hay una historia. Torra ha espoleado a los pueblos de veraneo para que obstruyan sus accesos para impedir la llegada de foráneos y preservar su ecosistema confinado. Con vallas y bloques de hormigón, echando mano a personal de mantenimiento donde no llega la policía local.  La acción-reacción más primitiva. En nuestras antípodas, la tribu Iwi de Nueva Zelanda ha bloqueado sus carreteras para frenar el avance de la pandemia con voluntarios conscientes de que no tienen capacidad médica para afrontar la propagación cuando el hospital de referencia más cercano está a 150 km. El estado de alarma globalizado era esto.

Atrincherados en nuestras casas, con víveres e internet, la cotidianeidad va cambiando nuestros hábitos, normas y paisajes mentales. Los semáforos rojos ya no significan nada en nuestros cortos desplazamientos de aprovisionamiento. Jueves o viernes, los días de la semana empiezan a confundirse en nuestra vida estresada.

Pasada la Semana Santa, pasado de largo el ecuador del confinamiento y con las costumbres más relajadas -hasta el miedo se puede normalizar- , Sant Jordi se enfrentará al dragón más feroz que recordamos. La batalla pasa por seguir confinados y evitar los riders del libro y de la rosa. Compremos online, con reservas, y regalemos una vez desconfinados. Porque la industria cultural y todos y cada uno de nosotros necesitamos un nuevo marco que concilie la seguridad, la tradición y la continuidad de nuestras vidas. Ese equilibrio tan precario en el que se mueve el sentido común.