Epidemias y guerras

Una crisis sin respuesta global

Como con el cambio climático, el gran fracaso ha sido la incapacidad para una acción internacional

Opinión Leonard Beard

Opinión Leonard Beard / periodico

Rafael Vilasanjuan

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Las generaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial nunca habíamos vivido una crisis igual pero, aunque proliferen comparaciones con las guerras, a lo que mas se parece lo que estamos pasando no es a un conflicto. Ahora la lucha es de todos contra un solo enemigo que no conoce defensas, y que se esconde y se hace fuerte en nuestra intimidad, hasta anular las vías respiratorias. No, nos es comparable a una guerra, aunque como en ellas, las consecuencias de la epidemia han provocado una crisis humanitaria.

Las crisis humanitarias son el paisaje común de los conflictos y duran después de la batalla. Dejan a la población en situación crítica de seguridad o de falta de los elementos esenciales para sobrevivir: salud, un techo o alimentos. Cuando ocurre es necesario poner todos los recursos locales e internacionales hasta recuperar la normalidad. La principal crisis a la que estamos haciendo frente también es humanitaria, entre otras cosas porque ha roto el equilibrio precario en el que vivíamos y nos ha hecho conscientes de que no somos inmunes, de que nuestro mundo, por muy sólido que parezca, es capaz de tambalearse. Estamos en un escenario que, en Occidente, nuestra generación solo conocía de lejos, porque hasta ahora estas crisis sucedían únicamente al otro lado del mundo, allí donde las enfermedades infecciosas siguen matando por causas que aquí, hasta hoy, podíamos curar.

Ruanda, Somalia, Sudán o mas recientemente Siria, son lugares en donde las crisis humanitarias ha golpeado con mayor dureza. Hay distancia, para empezar porque aquí afortunadamente no arrecian bombas del cielo cada atardecer. En eso esta crisis es muy diferente. Disponemos de agua con la que lavarnos las manos y beber; alimentos gracias a una cadena de abastecimiento que funciona y un techo que nos da abrigo y nos protege, no solo para dormir, sino ahora mismo para permanecer confinados y evitar que el contagio avance mas rápido y colapse aun mas unos sistemas de salud convertidos en la trinchera de batalla contra la epidemia. Todo eso funciona, pero como en la mayoría de crisis sanitarias que suceden en esos otros países, no tenemos ni un tratamiento ni una vacuna a mano que nos devuelva a una vida relativamente tranquila y en sociedad. A esas otras crisis las seguíamos en la distancia a través de las imágenes discontinuas en los informativos. Esta en cambio nos toca, nos llegan noticias diarias de la trinchera, y aunque es bien diferente tiene similitudes con lo que viene siendo familiar en tantos países donde el desgarro de conflictos y catástrofes naturales acaban esquilmando a la población.

Como ocurre cuando esas otras crisis afectan a los mas vulnerables, la lucha contra la enfermedad destruye trabajos, hunde economías y acaba aumentado la inseguridad, pero la similitud mas próxima se produce en los sistemas de salud y especialmente en el tratamiento a los que tienen que ingresar en hospitales. Nuestros sistemas de salud se han hecho pequeños. Como en los campos de refugiados, se han tenido que habilitar espacios móviles y tiendas de campaña para atender a los que padecen las peores consecuencias. Se ha copiado también la cadena logística para separar enfermos y crear hospitales de campaña, algo que quien mejor conoce son las organizaciones de ayuda internacional como Médicos Sin Fronteras en sanidad o los ejércitos en las labores de habilitación de espacios y distribución masiva. 

Pero frente a esas otras crisis humanitarias, curiosamente el gran fracaso ha sido la incapacidad de una respuesta internacional. Esta crisis avanzaba al ralentí, como avanza el cambio climático, otro gran reto global para el que no estamos tomando las medidas necesarias y que no tardará en tener manifestaciones abruptas. Como con el covid-19, la principal frustración para dar respuesta a un reto que afecta a todo el mundo es la falta de mecanismos globales para hacerle frente. Cada país ha actuado por su cuenta, como si el virus conociera de fronteras y el regreso a los estados se convirtiera inmediatamente en una barrera. Una respuesta segmentada que solo ha hecho mas fuerte al virus y mas largo su viaje. El fracaso de la gobernanza global que ha agravado la crisis humanitaria y como consecuencia la económica, refleja que estamos lejos de poder hacer frente a los riesgos de seguridad que nos acechan. Un fracaso tan evidente que cuando se abra la puerta no veremos un mundo nuevo, pero no podremos perder tiempo para empezar a construirlo.