Geopolítica epidémica

Las vulnerabilidades de Occidente

Individualismo y cortoplacismo se revelan como grandes obstáculos para confrontar los retos del siglo XXI, como la pandemia del covid-19

Anthony Garner

Anthony Garner / periodico

Georgina Higueras

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Si el covid-19 puso en evidencia la grave carencia de libertad de expresión en China y los malos hábitos ancestrales de alimentación, también ha expuesto las vulnerabilidades de Occidente. Individualismo y cortoplacismo se revelan como grandes obstáculos para confrontar los retos del siglo XXI. Nadie va a salir indemne de esta crisis y, si no se aprenden las lecciones, el futuro será más difícil. El Partido Comunista Chino (PCCh) tendrá que asumir que se han acabado los tiempos del oscurantismo; su sociedad es la primera que le demanda transparencia. Los gobiernos occidentales han de admitir que sus políticas han generado una desconfianza en las instituciones que desestabiliza la democracia y amenaza la libertad.

Se ha producido un cambio de paradigma y no sirven las fórmulas utilizadas hasta ahora. El calentamiento global fue el campanazo que debería haber despertado al planeta, pero como sus consecuencias más desastrosas son a largo plazo, gobiernos y empresas continúan con su afán productivo, empeñados en aumentar el PIB, mientras una sociedad cada vez más individualista se obstina en engrosar su bolsillo sin capacidad de visualizar a sus hijos ni a los hijos de sus hijos.

Frente al coronavirus, Corea del Sur, China y Japón han dado ejemplo de una ética comunitaria de la que carece Occidente, ejemplo que ya maravilló ante el desastre nuclear de Fukushima, aunque no ilustrara a las democracias liberales. El covid-19 pasará, pero hay millones de virus desconocidos acechándonos que pueden provocar pandemias mucho más mortíferas que la actual y no se puede desaprovechar la oportunidad de aprender de los errores para responder a las nuevas crisis que genera el vértigo de una realidad cada día más volátil e interdependiente.

La Europa de los valores se olvidó de ellos ante la avalancha de inmigrantes desatada por la crisis de refugiados que inundó el Mediterráneo en 2015. La solidaridad, principio que debería dirigir todos los demás, ha caído en desuso y roto la cohesión social en un momento en que los problemas de los otros se han convertido en los nuestros. Nuestras inseguridades son las de todos porque vivimos en un mundo sin fronteras, aunque Israel, EEUU, Hungría o España se empeñen en levantar muros contra los otros.

El fenómeno de la desglobalización se agudizará en algunos sectores, pero ni EEUU se puede permitir antagonizar con China, ni la UE con India, ni ellos con Rusia o cualquier otra potencia. Los grandes retos que enfrenta la humanidad son globales y precisan soluciones compartidas que solo se obtienen a través de la cooperación.

El multilateralismo representado estos días por la Organización Mundial de la Salud ha expuesto la urgencia de colaborar y compartir investigaciones para encontrar una vacuna capaz de poner fin a la pandemia; una vacuna producida con el esfuerzo de todos, que pueda llegar a los más vulnerables y no sea secuestrada por los más ricos. No es momento de retóricas sobre la construcción de sociedades más igualitarias, sino de frenar la discriminación y el abuso que genera la creciente brecha entre ricos y pobres.

La crisis de 2008 la provocó el 1% de la población y la pagó el 99% restante. No se pueden cometer los mismos errores. Para evitar la polarización y el populismo que corroe el sistema democrático hay que empezar por cuidar a la gente común, a los que llevan más de una década aplastados por el enriquecimiento furioso de unos pocos.

Es necesario volver a generar confianza en las instituciones. Europa tiene la oportunidad de acercarse a la ciudadanía, abrir su pesada burocracia e invitar a organizaciones no gubernamentales y de base a que fomenten el intercambio de conocimiento y la cooperación para movilizar recursos con una estricta disciplina social, que devuelva a los ciudadanos la sensación perdida de protección. Si no hay esperanza no se puede cohesionar la sociedad.

El PCCh, al igual que las antiguas dinastías chinas desde la Zhou (1122-249 a.d.C.), obtiene su legitimidad en los resultados de su gestión y es consciente de que puede perderla si no cumple las expectativas de la sociedad, ya que el ancestral Mandato del Cielo por el que ejerce el poder legitima el derecho a la rebelión. Los gobiernos occidentales han desvirtuado la democracia con su preocupación cortoplacista que frena los compromisos para hacer frente a los riesgos globales que plantea la crisis ecológico-social en que está inmerso el planeta.

Es tiempo de reflexión y análisis, de reforzar las instituciones multilaterales para que aborden los complejos retos transnacionales que afloran, de soberanías compartidas y colectivos cooperativos que impulsen la solidaridad en lugar de la competitividad individual.