Opinión | OPINIÓN

Lucía Lijtmaer

Periodista

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¿Quién le limpia la casa a Virginia Woolf?

Estos días habrá que preguntarse de una vez a quién tenemos en la puerta de casa para traernos lo que necesitamos y qué precio paga.

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Lo primero que nos delata es la huida al campo. Aparece la noticia de que los ricos en Nueva York están huyendo en masa hacia casas alquiladas en la costa de los Hamptons, de prisa y corriendo, y se esfuma por descontado la posibilidad de entender la historia universal como un cúmulo de progresos ascendentes. Aquellos que creían que la segunda mitad del siglo XX había provisto al ser humano de derechos inalienables, de democracias estables y tenían sueños húmedos con las socialdemocracias nórdicas no tienen más que mirar a su alrededor. Las ciudades han adquirido la misma consistencia que durante la peste negra del siglo XIV, y la historia es circular: como en 1347, hay quien ha escapado a por buenas vistas, aire fresco y tranquilidad no urbana. Lejos de la ciudad apestada.

Pero todos sabemos cómo acaban las películas de zombis: nada de esto nos salvará. Aún así, el impulso parece incontenible para algunos. La misma ceguera parecen demostrar las autoridades. Esta es la crisis más evidente del capitalismo global en la que la libre circulación de mercancías y población han hecho de esta una pandemia mundial, pero las grandes instituciones internacionales se empeñan en no dar una respuesta coordinada y solidaria, y deciden enfrentarlo todo desde las fronteras nacionales. Una vez más, la frontera es política y ejerce violencia.

He aquí la evidencia: si la amenaza es invisible y debemos hablar, una vez más, de fronteras biopolíticas es porque son los cuerpos los que se ponen en juego. Por tanto si las fronteras ahora son transnacionales, son otras las preguntas que debemos hacernos. Entre otras, una que no deja de venirme a la cabeza ¿quién le limpia la habitación a Virginia Woolf?

Estos días, 
habrá que preguntarse a
quién tenemos
en la puerta de
casa para
traernos lo que necesitamos y
qué precio paga

Me explico: La universalmente célebre cita de Woolf  «Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción» da título al ensayo –'Una habitación propia'– donde la escritora desarrolla precisamente las trabas de género en la posibilidad de escribir que le sobrevienen a una mujer de su tiempo. Las tres aspiraciones que debe tener una mujer de su época (¡o de cualquier época!) son: techo, comida caliente e independencia económica. Pero no han sido pocos los ensayos dedicados después a preguntarse quién le limpia la habitación a Virginia Woolf. ¿Lo hace ella? Como documenta el libro 'Mrs. Woolf and the servants', de Alison Light, sabemos que no es así. Tampoco sucederá ahora con los que huyen a las mansiones de los Hamptons, cuyos alojamientos no bajan de 500 euros la noche.

Nos encontramos, entonces, ante un fenómeno que no es nuevo pero al que se le añaden nuevas capas. Ya estábamos inmersos en un sistema de falsas economías colaborativas donde el comercio de datos ayuda a aumentar nuestras desigualdades. Ya hablábamos de la 'uberización' de la economía, en la que los trabajos y servicios se requerían a demanda. Pero a veces las descripciones de esta transformación obviaban lo más evidente: los cuerpos se ponen al servicio de esa demanda, al menor coste posible. Si, como ya sabemos, el trabajo enferma y puede matar, esta pandemia global nos enfrenta a quien pone y expone su propio cuerpo enfermo para poder sostener el flujo del capital, quien comercia y contrabandea con nuestros deseos.

Ahora que estamos en estado de alerta, donde solo tenemos a disponibilidad los llamados servicios esenciales, habrá que preguntarse de una vez a quién tenemos en la puerta de casa para traernos lo que necesitamos y qué precio paga.