La hoguera

Un país sin abuelos

Estamos leyendo el prólogo de una generación, la mía, sin abuelos. Se habla mucho de la crisis económica que viene, pero me preocupa más la crisis familiar

Unos abuelos con su nieta, en una calle de Barcelona

Unos abuelos con su nieta, en una calle de Barcelona / periodico

Juan Soto Ivars

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Algunas mentes indigestas lanzan sus vomitonas contra los ancianos que "colapsan las ucis". Hablo por teléfono con mi abuela y mi yayo cada dos días. Ella está sola en su casa y va a cumplir 90; él está con mi tía y va a cumplir 95. Escribo la edad que van a cumplir y no la edad que tienen porque en el texto puedo elegir lo que es innegociable, imponer mi voluntad. Sin embargo, cada vez que hablo con ellos, una voz insistente me pregunta tras la oreja: ¿qué? ¿volverás a verlos?

Hago cálculos mientras leo la prensa científica. Si el virus se sostiene en el calor, dado que los síntomas pueden ser invisibles, los viejos seguirán siendo población de riesgo cuando podamos subir a un tren y desplazarnos hasta ellos. La maldición de matar con un beso, que es lo peor que podía pasarnos en un país tan besucón como el nuestro, seguirá activada hasta no se sabe muy bien cuándo. Tendrá que pasar tiempo para que volvamos a beber del vaso de nuestro amigo, y tiempo es lo único que les falta a nuestros abuelos.

Una cita ineludible

Ahora recuerdo aquel extraño lujo de ir a verlos como si yo hubiera sido millonario y después me hubiera arruinado. Por aquel entonces domaba mi sentimiento de culpa por vivir lejos convirtiendo cada viaje en una cita ineludible. Sentían que había hecho trampa, teniendo abuelos vivos y sanos con mi edad, y me daba igual si tenía mucho trabajo o surgían compromisos. Aprovechar a los abuelos mientras estén bien era la única consigna por la que podías llamarme fanático, y no me hubiera molestado.

Ahora no hay tiempo que perder diciendo mentiras. No voy a engañar a mis lectores con un optimismo diseñado para resultar simpático, no voy a tratar a nadie como si fuera idiota. Estamos leyendo el prólogo de una generación, la mía, sin abuelos. Se habla mucho de la crisis económica que viene, pero me preocupa más la crisis familiar.

En fin. Dejo aquí unas migas de pan en el bosque solitario. Si tenemos suerte, nos permitirán encontrar el camino de vuelta a casa de los abuelos.