Lo imprevisto

Entre dos mundos

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Josep Cuní

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Que la pandemia marcará un antes y un después es una obviedad. Y no por mucho que la repitamos el paso del tiempo fidelizará mejor nuestra memoria. Otra cosa dirán los archivos, digitales por supuesto, almacenados en la nube del recuerdo real donde se guardaran las muchas contradicciones acumuladas, las falsedades más o menos perdonables y las verdades que siempre prevalecen sobre las mentiras. Y de estas también están circulando muchas. Oficiales y oficiosas. Políticas y  científicas.

Andreu Martín dice ponerse nervioso cuando escucha la manida frase que insiste en que la realidad supera la ficción. Su experiencia literaria mantiene que es imposible. La imaginación no tiene límites y aunque para la gran mayoría de quienes estas semanas de confinamiento esto suene a improbable, lleva razón.  Repetimos estos días que nunca se nos hubiera ocurrido ni tan siquiera sospechar que viviríamos circunstancias semejantes. De confusión, sorpresa, pánico y duda. Y todo porque un virus –un “puto virus” como diría Sergi Pàmies– ha llegado para trastocarnos la vida en pleno siglo XXI. Eso lo dejábamos para mentes tiempo ha desbocadas como las de Ray Bradbury, Isaac Asimov, George Orwell o H.G. Wells. ¿Cómo podía pasarnos esto a nosotros, primer mundo, Estado del bienestar, vida confortable, alta  investigación, ciencia avanzada, y dominantes garantías sociales, a pesar de los pesares?

Ahora, que nos las prometíamos felices gracias a las constantes proyecciones de futuro que la tecnología cambiante nos dibuja aún, a riesgo de un exceso de controles que pueden mermar nuestra libertad individual. Curioso. Tan dispuestos parecemos estar a aceptarlo y renunciar a lo que tanto costó conseguir que pocas dudas asoman a la propuesta de limitar el rebrote del coronavirus gracias a los geolocalizadores que, facilitados por nuestros  móviles, promueven instalar, de buena fe, aquellos que observan el mundo a través de las pantallas de sus prospecciones matemáticas. Capacidades que suelen orillar toda complejidad humana que quede fuera de la estadística. Lo demuestran algunas de las fechas recientes marcadas en rojo en el estado de alarma y que han sido felizmente superadas sin haber caído en el temible colapso total pronosticado.

Con toda esta casuística presente, la evocación a las infecciones medievales las buscábamos en el 'Decameron' de Bocaccio y el comportamiento político y social, inimaginable aunque cercano, lo encontrábamos en 'La Peste' de Albert Camus, libro hoy de culto y premonitorio por describir los actuales parámetros de actuación más de setenta años después de publicarse. Sin embargo, la verdad de todas aquellas mentiras ha convertido todo nuestro planeta en una única referencia. Lo global es local. O, si se quiere, ya no existe una actuación individual que no pueda ampliarse a mundial en tiempo real. Posibilidad que se nos antojaba remota cuando no imposible ayer mismo. Por mucho que algunos de los 'best sellers' de los últimos tiempos fabularan con virus fabricados en laboratorios militares, aguas infectadas por substancias letales o aire contaminado con gases asfixiantes. Generalmente, para polemizar sobre geopolítica o advertir sobre riesgos potenciales. Por su parte, Bill Gates dedicó hace cinco años una de sus conferencias alertando de este peligro. Ningún gobierno le hizo caso.

“No es verdad que tengamos un control absoluto sobre la realidad”, afirma Mario Vargas Llosa. Sabe de lo que habla. Hace treinta años, en un ensayo literario, ya puso la humanidad ante la dicotomía de tener una sola vida  y desear mil.