Perspectivas económicas

Lo peor no tiene por qué ocurrir

Para evitar el escenario más negativo el BCE ha de actuar como prestamista y gobiernos y la UE como pagadores para mantener el flujo de ingresos

coronavirus Barcelona. La Rambla, vacía

coronavirus Barcelona. La Rambla, vacía / periodico

Antón Costas

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Según el<strong> 'Barómetro continuo sobre la crisis del coronavirus' </strong>de Metroscopia publicado este jueves, el 82% de españoles está preocupado por la posibilidad de contagiarse; y un número igual, el 81%, define como mala la situación actual de la economía española. Además, ese mismo elevado porcentaje (81%), cree que la economía de nuestro país está en peores condiciones de afrontar una nueva crisis económica, que en opinión del 73% será peor que la de 2008. Hemos entrado en una nueva espiral (época) de miedo.

Los pronósticos de los economistas dedicados a la predicción económica están también empeorando. Hasta hace unas semanas dominaban los optimistas que veían una evolución en forma de V: una caída fuerte del PIB y del empleo en el segundo trimestre para asistir a un rebote en el tercer y cuarto trimestre, una vez que el contagio estuviera controlado y se pudiese recuperar la actividad económica. Hoy, después del cierre casi total de la economía, optimistas de ese tipo quedan pocos. Ahora predominan los escépticos esperanzados y los pesimistas. 

Entre los escépticos esperanzados los hay de dos tipos. Por un lado, están los que piensan que la economía se moverá en forma de una W: caída en el segundo trimestre y recuperación en el tercero, pero vuelta a caer en el cuarto debido a un rebrote del virus. Esta secuencia de W podría encadenarse en el tiempo hasta la segunda mitad de 2021 cuando finalmente se tenga una vacuna o se logre la inmunidad grupal duradera. En este grupo están también aquellos que piensan que el comportamiento de la economía será en forma de U: una caída fuerte durante el segundo trimestre que permanecerá durante el año actual para recuperarse en la primera mitad del 2021. Es decir, una recesión de unos seis meses.

Pero el rápido aumento de los ertes y del paro registrado está decantando el pronóstico hacia los más pesimistas. Estos piensan que las economías se comportarán en forma de una L: caída drástica en lo que queda de año y permanencia en el fondo del pozo hasta más allá del 2021. Es decir, una depresión económica prolongada. Un escenario de miedo.   

Sin embargo, el escenario peor no es inevitable. Aunque en principio todo es posible, no todo presenta la misma probabilidad. Los escenarios peores casi nunca tienen lugar. Y cuando ocurren no se debe a que la economía tenga una lógica fatalista que no se pueda evitar, sino porque no se hacen bien las cosas.  

Hay que tener en cuenta que esta crisis, a diferencia de todas las anteriores que hemos vivido, no tiene un origen financiero o económico. Esta es una crisis coyuntural provocada por una crisis sanitaria Es del tipo de la provocada por la 'gripe española' de 1918 (su origen real fueron los Estados Unidos), en la que murieron más de 60 millones de personas y el PIB mundial se desplomó un 5%. La cuestión vital es evitar que esta crisis coyuntural pueda transformarse en una depresión en forma de L. En el escenario peor.

Esas medidas de cierre y cuarentena han tenido un doble efecto sobre la economía. Por un lado, han interrumpido el flujo de ingresos de las empresas, poniendo en riesgo su continuidad. Por otro, han bloqueado el flujo de ingresos salariales hacia los hogares, poniendo en riesgo el gasto de la economía. Hay que restituir esos dos flujos.

En circunstancias similares, en la Gran Depresión de los años treinta aprendimos que para que una economía no se hunda en una depresión en forma de L se precisa la acción de dos actores fundamentales. Por un lado, un Banco Central con voluntad y capacidad para actuar como prestamista de último recurso para las empresas y los mercados financieros. Por otro, los gobiernos han de actuar como pagadores últimos, sustituyendo a las empresas en el pago de los salarios y haciendo llegar rentas a los más débiles.   

Mi escepticismo esperanzado de que lo peor no tiene por qué ocurrir está basado en la confianza en que el Banco Central Europeo va a actuar como prestamista último para las empresas y los mercados,  y que nuestro Gobierno y la UE ejercerán como pagadores últimos para mantener el flujo de ingresos y de gastos de los hogares. En próximas columnas iremos analizando si las medidas que se están adoptando cumplen estos objetivos para evitar que los peores temores se cumplan.