Dos miradas

El vacío

La imposibilidad de estar en los últimos momentos y, también, la prohibición de las velas y los funerales, que forman parte de la civilización, genera un alejamiento indescriptible, un vacío colosal

pancarta abuelo fallecido

pancarta abuelo fallecido / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Aún hay dudas y versiones que lo contradicen, pero Juan Luis Arsuaga, uno de los directores de Atapuerca, afirma que La Sima de los Huesos es "el primer santuario de la humanidad", el lugar sagrado donde los Homo heidelbergensis, hace 400.000 años, enterraron a los muertos con respeto, por primera vez. Con una finalidad simbólica, más allá de medidas estrictamente profilácticas o preventivas. Quizá fueron ellos o, mucho más tarde, los neandertal, pero lo cierto es que la ceremonia del sepelio representa un paso indiscutible en la formación de la conciencia humana. Implica reconocimiento de la memoria, asunción de la idea de la muerte y sentimiento de pertenencia a una comunidad.

Y es a través de los ritos funerarios que el entierro (o la cremación o el depósito del cadáver en una cueva) se convierte en una ceremonia ineludible. Por eso son tan terribles los testimonios de los familiares que estos días conocemos en cartas emotivas o a través de dolorosas confesiones. La imposibilidad de estar en los últimos momentos y, también, la prohibición de las velas y los funerales, que forman parte de la civilización, genera un alejamiento indescriptible, un vacío colosal.