LA CLAVE
Cartas de muerte
Cuando todo pase, además del balance sanitario y económico, habrá que abordar el emocional: la factura del miedo y del aislamiento, el coste de la muerte en solitario, del duelo sin vela
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Entre Todos, el departamento de Periodismo con el Ciudadano de este diario, es una buena herramienta para captar cómo evoluciona la conversación pública y el estado de ánimo de la ciudadanía. Las decenas de cartas que recibimos a diario ofrecen una vista privilegiada a los temas de los que más se habla, y de qué forma. Muchas de las cartas reflejan miedo, preocupación e incertidumbre, por la epidemia y por el futuro. Al inicio del confinamiento, la mayoría eran cartas de vida y resistencia, abundaban textos motivacionales, un despliegue de energía en forma de ánimos, ideas y aplausos para afrontar el confinamiento. La semana pasada, empezaron a menudear los textos que reflexionan sobre las consecuencias económicas y los que describen escenas dramáticas en hospitales y ucis, con parientes enfermos y dobles confinamientos en hogares. Y esta semana han irrumpido con fuerza las cartas de muerte: despedidas, ancianos que fallecen en soledad, últimos adioses a través de la tableta gracias al buen corazón de una enfermera, entierros en cementerios vacíos, funerales en casa sin cadáver, sin abrazos ni besos ni libro de condolencias. Hay más altas hospitalarias que fallecidos, pero a un diario no se suele escribir para dar buenas noticias. El estado de ánimo decae.
Ayerma leer las cartas de muerte. “Si no hay tratamiento ni respiradores para todos los pacientes, ¿qué demonios hacía mi abuelo allí, solo, lejos de los suyos?”. Cuando todo esto pase, además del balance sanitario y económico (los muertos, los infectados, el desplome del PIB, los parados) habrá que abordar el emocional: la factura del miedo y del aislamiento; el coste de la angustia y el agobio; la cicatriz de la muerte en solitario, del duelo sin vela, de la pérdida sin clausura. Cuando una mañana de primavera volvamos a pisar la calle, habrá que valorar la enorme factura que implica que no seremos los mismos que antes del encierro, ni por fuera ni por dentro, ni como sociedad ni como ciudadanos. Me temo que solo es cuestión de tiempo que empecemos a recibir cartas de rabia y de trauma.
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