IDEAS

El dolor inútil y el voto útil

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Miqui Otero

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Uno. En unos famosos campamentos estadounidenses de verano, los adolescentes problemáticos deben alinearse y disciplinarse bajo un lema: “Algún día este dolor te será útil”. El escritor Peter Cameron escogió la frase para el título de una de sus maravillosas novelas, en la que su protagonista huiría rápidamente de ese tipo de sitios. A mí también, desde que la leí, me pareció una frase tan poco afortunada como la de “El trabajo os hará libres” en un campo de exterminio. Y me lo parece, de nuevo, en la situación pandémica que atravesamos (si es que se puede usar este verbo, sin ver todavía la luz de salida al otro lado). 

La frase, como tantas otras, es una cita retorcida torticeramente en manos de indeseables, de políticos oportunistas a 'coaches' indecentes, ya que en realidad aparece en una elegía de 'Los amores de Ovidio' aplicada a un enamorado y no a un enfermo o a alguien azotado por la miseria económica o por una pandemia. 

Dos. No hay nada más inútil que el dolor verdadero de quien no lo merece. El dolor solo entiende su propio lenguaje y solo sabe hablarle al dolor del futuro. Difícilmente te hará más brillante o empático, del mismo modo que alguien verdaderamente enfermo no tiene por qué ser especialmente virtuoso. Y, si sirve para algo, es para inmunizarte ante los dolores que vengan, igual que un virus estomacal infantil no bendice con más inteligencia al niño, sino que a lo sumo lo protege de virus futuros.

No hay nada más inútil que el dolor verdadero de quien no lo merece

Me da absolutamente igual que un autor tan favorito como Dostoievski escribiera en sus 'Memorias del subsuelo' que “el verdadero dolor hace a veces serio y constante al hombre irreflexivo; hasta los pobres de espíritu se vuelven más inteligentes después de un gran dolor”. Fiodor, habla por ti, que ya eras inteligente y talentoso mucho antes de sufrir.

Tres. El dolor puede ser inútil, pero el voto en el futuro, por ejemplo, será verdaderamente útil. Estos días bajo la alcachofa de la ducha me siento como el protagonista de 'La tentación vive arriba', que en pleno baño se ve asaltado por una escalada de temores, una secuencia fatal de todo lo que podría ir mal. Pienso en países con cobertura médica precaria o poca alfabetización, en cómo luego gobiernos totalitarios aquí y allá blindarán la frontera y alimentarán el odio para capitalizar el miedo de la gente, también su dolor si pierden a seres queridos. Y lo único que sé es que no será el dolor, sino saber qué lo mitiga y qué lo ha creado lo que nos puede volver lo suficientemente mejores como para buscar alternativas más benignas. Que casi todo depende de lo que hagamos con ese aplauso de las ocho cuando vengan elecciones y surjan amenazas.

Cuatro. Hoy, en cuarentena, exceptuando a cajeras y limpiadoras, a médicos y celadoras, todos nos sentimos un poco como ese tipo que no sabe cocinar pero que, llevado por la buena intención, le abre un quinto al cocinero, le pone música y le dice, con cara voluntariosa: “¿te bato un huevo?”. Y quizás no sea poco: batir un huevo es ahora negociar con nuestros dolores, escribirnos, hablarnos, ponernos canciones, subrayarnos lecturas y desearnos buenas noches. Consolarnos, en definitiva. No de una forma mansa, sino crítica, pero no ególatra. Empática. Cuidarnos, en el presente, es la única forma de salir de esta lo suficientemente unidos para afrontar la creación de nuevos presentes, uno detrás de otro, que configuren un futuro no demasiado apocalíptico. Todo lo peor sucede siempre por la vanidad de los ignorantes demasiado convencidos, por ese entusiasmo belicista de los imbéciles y los interesados.

Cinco. Entretanto, en este 'impasse' en el que un listillo acertará menos que un conspiranoico y un cínico siempre será menos útil que un idiota, quizás nos ayude recordar a alguien que sabía de encierros más largos, el Conde de Montecristo: “Vivid, pues, y sed dichosos, y no olvidéis nunca que hasta el día en que Dios se digne a descifrar el porvenir, toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡confiar y esperar!”. O desconfiar, cuidarnos en el dolor y prepararnos para la cura.