La cadena de la evolución

El lenguaje de la vida

los virus son una reliquia del desorden infinito en el que comenzó la vida en la Tierra hace miles de millones de años. El lenguaje de las especies logró crear orden para escribir la historia de la vida frente a ese caos

Una científica del laboratorio de Inmunología de la Universidad de Sao Paulo (Brasil) sostiene una muestra de una investigación sobre coronavirus

Una científica del laboratorio de Inmunología de la Universidad de Sao Paulo (Brasil) sostiene una muestra de una investigación sobre coronavirus / periodico

Emilio Trigueros

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Químicamente, los virus son al lenguaje de la vida como el grito en las cavernas era al lenguaje humano. Recordarlo puede ayudar a entender que no estamos combatiendo a ciegas al enemigo.

Las investigaciones sobre el secreto de la vida se centraron durante mucho tiempo en las proteínas. Se pensaba que los genes debían de estar formados por las proteínas fundamentales de cada especie, pues estas son la clave de la infinita diversidad biológica. Sin embargo, las proteínas son moléculas muy complejas, y era difícil entender cómo podía haber una copia de todas encapsulada en las células germinales de cada especie, o cómo podían duplicarse idénticas. La respuesta al enigma resultó estar, como es sabido, en el ADN, otro tipo de molécula distinta a las proteínas de cuyo papel en la célula se sabía poco.

Una molécula bastante monótona

Ahora que estamos tan familiarizados con que cualquier película se codifica en bits de ceros y unos y se almacena en chips de memoria, sigue resultando fascinante entender cómo está escrita la memoria de la especie en la primera célula del embrión. Hasta mitad del siglo XX, al ADN no se le había prestado mucha atención, quizá porque era una molécula bastante monótona: en sus larguísimas cadenas, no hay más que una repetición continua de solo cuatro bases químicas. En otras palabras, el ADN está escrito con solo cuatro letras. Pero ¿cómo podía la infinita variedad de la naturaleza venir escrita en un alfabeto de solo cuatro letras? ¿Y cómo estaba protegido ese código de la especie, para permanecer inmutable durante eras?

La llave del misterio está en los aminoácidos, los 20 bloques básicos de los que están hechas las proteínas. Y lo que ocurre en las células de un ser vivo que crece con arreglo a las funciones de su especie es lo siguiente: una molécula mensajera hace una copia química gemela de la secuencia del ADN, guardado a buen recaudo en la caja de caudales de la especie, el núcleo celular; ese mensajero (el ARN) viaja desde el núcleo con la larga secuencia de cuatro letras químicas y es acogido en su peregrinaje celular por un amable anfitrión, un orgánulo llamado ribosoma, cuya hospedaje, digamos, frecuentan también aquellos 20 aminoácidos que forman las proteínas. Y aquí viene la respuesta al enigma.

En ese largo código de cuatro letras que ha traído el mensajero al ribosoma, cada tres letras consecutivas son el ancla para uno de los 20 tipos de aminoácido. Esto es, cada tres bases químicas del pergamino son la clave para que se quede unido un cierto aminoácido, de modo que una secuencia determinada de cientos de tríos de letras del ARN es la que formará una determinada proteína, dando a cada célula la función ósea, nerviosa, inmunológica, que requiera la especie. Con 20 aminoácidos ya si cabe escribir infinitas historias en infinitos idiomas, como hace la naturaleza.

Proteínas sanas específicas

Sabemos bien cómo actúan los virus sobre ese lenguaje de la vida: son amalgamas de hebras de código genético, junto con algunos principios de proteínas, y no están vivos por sí mismos sino que necesitan de otras células vivas para replicarse, colonizándolas. Tras infiltrarse en ellas, puede que les injerten trozos de su ADN en los genes y provoquen que, a partir de ese fragmento erróneo, la célula empiece a fabricar proteínas que la dañen, o deje de fabricar alguna que necesita. Los organismos que superan el ataque inutilizan el ADN del virus con proteínas sanas específicas que, una vez generadas, los preparan para cualquier ataque futuro.

En la cadena de la evolución, los virus son una reliquia del desorden infinito en el que comenzó la vida en la Tierra hace miles de millones de años. El lenguaje de las especies logró crear orden para escribir la historia de la vida frente a ese caos. Han sido necesarios innumerables experimentos en laboratorios y la puesta en común de sus resultados para desvelar ese lenguaje molecular: y será también la cooperación entre instituciones y laboratorios la que llevará a identificar con precisión el funcionamiento del covid-19 y a vencerlo.

El virus es un grito de desorden en el orden del lenguaje de la vida en la célula; con ese grito lo trastoca todo, su metabolismo, su historia, su fin. Estos días, resulta inevitable comparar el grito que se había instalado como estrategia en ciertos ámbitos públicos, o la extendida banalización y devaluación de las palabras, frente al verdadero lenguaje humano de la vida: el de los hombres y mujeres que luchan cada hora por cuidar y salvar a personas, y el de los enfermos que luchan con el cuerpo y el alma por curarse.