Nuevas restricciones

Confinamiento sanitario y parada económica

Seguro que es necesario endurecer el confinamiento. Pero también pernsar en la salida: si la economía se hunde, los destrozos para la salud serán menos obvios, pero mucho más elevados

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beard alberich / LEONARD BEARD

Jordi Alberich

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Desde que se percibió la gravedad de la crisis sanitaria, la discusión acerca del grado de confinamiento se ha convertido en motivo de debate social y económico, cuando no de lamentable arma arrojadiza entre políticos. Así, el cierre total de Wuhan se ha puesto repetidamente encima de la mesa como ejemplo de lo que había que hacer para frenar la epidemia. Dos consideraciones acerca de dicho caso.

De una parte, esta metrópolis aglutina a 11 millones de habitantes, en un país cuya población supera los 1.300 millones. Así, su importancia para el conjunto del China es similar a la de una ciudad de medio millón de habitantes para España. Resulta, pues, evidente que las consecuencias para China de confinar Wuhan no son en absoluto comparables con las que conllevaría cerrar Catalunya y Madrid, como algunos vienen exigiendo. De otra, la extrema dureza del régimen sufrido por los habitantes de Wuhan, dudo que resultara soportable para nuestras ciudades.

Incorporar la consideración económica o de salud psíquica resulta fundamental para cualquier gobernante en el momento de decidir a qué grado de confinamiento someter a la población. Entendiendo, como no puede ser de otra manera, que la prioridad se halla en el frente sanitario, el Gobierno debe considerar, también, las consecuencias sobre las personas de mantenerlas encerradas en un espacio, a menudo de unas decenas de metros cuadrados, durante semanas.

Por lo que a la economía se refiere, resulta una insensatez contraponerla a la salud. Ambas van de la mano, especialmente con una mirada a medio y largo plazo. Priorizar la lucha contra el virus no imposibilita el mantener la máxima actividad económica posible de manera que, cuando salgamos del agujero sanitario, podamos recomponer lo antes posible el desastre de la epidemia. Si la economía se hunde, los destrozos para la salud serán menos obvios, pero, seguramente, mucho más elevados.

Nuevo nivel de confinamiento

La actividad económica ya se había reducido mucho desde que, hace dos semanas, se decretó el estado de alarma, y se verá aún más debilitada <strong>con el nuevo nivel de confinamiento</strong> que, sin duda, responde al buen saber de las autoridades sanitarias para consolidar la caída el nivel de contagios, y liberar la insoportable presión sobre el sistema sanitario.

En cualquier caso, limitar, desde hoy, el nivel de actividad a los sectores esenciales representa un duro golpe para el tejido empresarial pues debilita, aún más, su posición para relanzar la economía cuando se den las circunstancias. Para muchas industrias, la parada total acarrea un coste muy elevado, mientras que son millones las pymes y autónomos que llegarán, si llegan, al inicio de la recuperación con una liquidez muy mermada.

En estas circunstancias, el nuevo parón fuerza a los poderes públicos, con una urgencia ya extrema, a suministrar dicha liquidez. Hace pocos días, comentaba que las ayudas por un importe de 200.000 millones de euros que anunció el gobierno resultaban más que suficientes, pero que la cuestión radicaba en su instrumentación, para garantizar su llegada inmediata a quienes, impotentes y desorientados, veían hundirse su actividad. Hoy, siguen sin llegar.

Más allá de los lamentos por el nuevo parón económico, o las críticas a cómo el Gobierno ha actuado este fin de semana, el nuevo nivel de confinamiento es una realidad. Como también es real que muchas pymes y autónomos se van sumiendo en un pozo del que no saldrán a no ser que les alcance las ayudas del Estado. Una tendencia que podemos revertir, pese a la respuesta europea y la repugnante sinrazón de Holanda, y sus países aliados, en esta crisis.

Retornando a Wuhan, a sus defensores debe reconocérsele que su contundencia ha resultado efectiva. Pero también cabe recordarles que, en cualquier democracia, el brote no hubiera alcanzado tal dimensión, pues resulta ya evidente que, una vez detectado el brote, los responsables locales prefirieron ocultarlo para evitar la reprimenda de las autoridades del país, que fuerzan a dar solo buenas noticias. De hecho, el médico que alertó de lo que se venía encima fue encarcelado y falleció, de coronavirus, al cabo de semanas.

Finalmente, me preocupa nuestra política. Todo apunta a que, cuando salgamos del agujero, viviremos la radicalidad de unos partidos que harán del desastre un argumento para lanzarse al cuello del adversario. De ser así, se dificultará la recomposición económica, y se deteriorará la convivencia ciudadana. Una especie de virus político, sin confinamiento que lo frene.