Efectos de la pandemia

Confinamiento humano y libertad animal

Jabalís urbanos y osos callejeros... cuando el covid-19 hace evidente que la vida se abre camino

Tres jabalís en la calle de Amèrica en el barrio barcelonés de El Guinardó.

Tres jabalís en la calle de Amèrica en el barrio barcelonés de El Guinardó. / periodico

Jordi Serrallonga

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Parecía que estaban lejos y a salvo del <strong>coronavirus</strong>. Las islas Galápagos se ubican a 1.000 km de la costa ecuatoriana. Es un archipiélago muy joven geológicamente hablando; un punto caliente de cuyas entrañas emergen volcanes generadores de nueva tierra. Y es que, hoy en día, algunas ínsulas de Galápagos se encuentran en pleno crecimiento mientras las más 'viejas' son erosionadas por la mano del viento y el océano hasta desaparecer bajo las aguas. Nuestro planeta sigue evolucionando; las fuerzas de la naturaleza están ahí. Nada que ver con el cómodo escenario planteado en el Génesis donde todo –universo, tierra, vida y humanidad– se creó en seis días (pues en el séptimo, «el gran diseñador» descansó). La prueba de semejante dinamismo radica en la actual pandemia que nos azota a diestro y siniestro. «Hermano, espero se encuentren bien. El bicho ha llegado a las Galápagos», me decía mi amigo Polito desde su confinamiento en la remota isla que le ha visto crecer: San Cristóbal. Aún no siendo un ser vivo propiamente dicho, y como antaño lo hicieran las tortugas, iguanas y pinzones procedentes del continente americano, el covid-19 se ha abierto camino.

En paralelo al virus, mientras la humanidad se ve obligada al confinamiento, ha despertado la rebelión de los animales: la libertad para muchas especies. «La vida se abre camino» podría ser el grito revolucionario y reivindicativo del oso que paseaba el otro día por el municipio asturiano de Ventanueva, o de las cabras montesas que filmaron en la población de Chinchilla (Albacete). Otro buen amigo, Gonçal, desde su cuarentena en Arenys de Mar, me hacía partícipe de unos vídeos que convertían en mera anécdota el avistamiento de jabalís en pleno Eixample de Barcelona: bandas callejeras de estos suidos –idolatrados, a nivel culinario, por Obélix (nos acaba de dejar el gran Uderzo)–, irrumpían en las vías de la localidad costera con nocturnidad y alevosía.

Por supuesto que también han corrido 'fake news'; por ejemplo, las imágenes de delfines en los canales de Venecia. Además, al igual que es frecuente topar con úrsidos, alces y mapaches en puntos poblados de Norteamérica, aquí ya eran habituales las incursiones de fauna salvaje en la jungla de asfalto. Lo único cierto es que los humanos hemos usurpado y alterado –incluso destruido en su totalidad– el nicho ecológico de otros primos de evolución. Privados de espacio y alimento estos rapiñan entre nuestra basura, zonas ajardinadas y animales domésticos. En Uganda, los gorilas de montaña de Bwindi abandonan la seguridad del bosque para saquear hortalizas y frutas de las fincas indígenas; el leopardo se come las gallinas y perros en las ciudades de Tanzania, y el elefante arrasa cosechas enteras en Kenia. Somos muchos y hemos profanado, sin permiso, los dominios del reino animal y vegetal. Hoy sus súbditos se sublevan y aprovechan el confinamiento humano para extender la libertad natural.

La palabra de Darwin

Un confinamiento y una pandemia cuya explicación podemos rebuscar en las ideas de Charles R. Darwin. La dinámica y emergente tierra de Polito, las Galápagos, fueron motivo de inspiración para este naturalista que –habiéndose formado como teólogo– ayudó a romper con la generalizada visión de que el cosmos había sido creado bajo y para el control del Dios humano. La palabra de Darwin nos revela que el 'Homo sapiens' tan solo es una especie más en el Árbol de la Vida, y que, lejos de dominar los designios del medio, la selección natural jamás ha dejado de actuar sobre cada una de las criaturas terrestres.

Los homínidos fósiles depredaron animales y vegetales durante millones de años, y los hadzabe actuales de Eyasi comen carroña en descomposición sin problema alguno. Por lo tanto, los cazadores-recolectores se adaptaron –por selección natural– a ingerir sustancias que para nosotros hoy serían tóxicas o indigeribles. Con la producción, el humano se adaptó a otros productos –como la leche, los cereales o carnes engordadas– pero nos fuimos alejando del alimento silvestre. El reciente regreso a la interacción con animales salvajes, ya sea por necesidad, superstición o modas –como el consumo ilegal de especies protegidas a modo de bien de prestigio–, nos ha pillado totalmente inadaptados a esta nueva dieta e interacción exóticas... desde el pangolín al murciélago. El haber violado la integridad y espacio vital de nuestros parientes ha despertado a bestias invisibles... microscópicas: como el coronavirus que se abre camino por las calles junto a osos y jabalís.