Al contrataque
Peligro de incendio
Lo bueno de esta andanada que nos ha caído encima es que ha borrado de un plumazo las imposturas. Y que un montón de gente está dispuesta a dar la batalla para cambiar el paisaje
Carles Francino
Periodista
Carles Francino
El otro día, leyendo la última novela de Guillermo Arriaga, descubrí que los japoneses practican el 'kintsugi', un arte que consiste en reparar cerámicas destrozadas. Mezclan polvo de oro con una laca especial que extraen de plantas, la 'urushi', y no solo recomponen el estropicio sino que alumbran un objeto más resistente que el anterior, víctima de una torpeza, un accidente, o un ataque de rabia.
No sabría precisar en cuál de las tres categorías se encuadra lo que nos está pasando, pero sí tengo claro que con el polvo de oro y la laca especial no alcanza para reconstruir todo lo que ha saltado por los aires con esta pandemia. Y lo que ha desnudado. La gestión política de la globalización que definitivamente no existe, no solo porque EEUU tenga un presidente iluminado y aislacionista -que también- sino porque la Europa solidaria y robusta que soñamos se nos está desvaneciendo entre los dedos. El capitalismo rentista llevado hasta el paroxismo, con la repugnante especulación de mascarillas y respiradores como expresión máxima. El ninguneo a las advertencias de los científicos que desde hace años venían alertando de que algo así podía ocurrir; si con el cambio climático les hacemos el mismo caso, estamos bien jodidos. El maltrato al Estado del bienestar, singularmente a la sanidad pública -pero no solo- simbolizado por el colapso de Madrid y el drama de muchas residencias de mayores convertidas en aparcamientos humanos.
Y la confirmación del debate político -y mediático- como un estercolero insoportable donde el pugilato para cargar al adversario los muertos de esta crisis ha tocado el fondo de la miseria moral. Lo bueno de esta andanada que nos ha caído encima es que ha borrado de un plumazo las imposturas. Y que un montón de gente está dispuesta a dar la batalla para cambiar el paisaje. El protagonista de la novela de Arriaga -muy recomendable, por cierto- escribe: “la llama de un fósforo dura solo unos segundos, pero es capaz de incendiar un bosque”. Al loro.
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