Análisis

'Cada terra fa sa guerra'

Muchos sueñan con el confinamiento que ordenó el partido comunista chino, incluyendo una paralización total de la producción. ¿Es necesario, es posible, qué consecuencias tendría, es solo un mantra populista?

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Andreu Claret

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'Cada terra fa sa guerra'. Este viejo dicho catalán nos recuerda que cada país debe hacer las cosas a su manera, de acuerdo con su cultura, su sistema político y su capacidad económica. Debe hacerlas bien, pero a su manera. Sacarlo a colación viene a cuento para afrontar el debate sobre si es necesario (y si es posible) el llamado ‘confinamiento total’ para hacer frente al covid-19. Tras la experiencia de Wuhan, todos estamos por el confinamiento. Nadie, salvo Boris Johnson y el inefable Bolsonaro, pretende que pueda haber solución a la pandemia sin que la inmensa mayoría se quede en su casa. De hecho, un tercio de la humanidad esta confinada.

Ante el pánico al virus, muchos sueñan, ahora, con el confinamiento que ordenó el partido comunista chino, incluyendo una paralización total de la producción. Sin embargo, no solo hay que plantearse si es necesario hacer como los chinos, también hay que preguntarse si es posible y qué consecuencias tendría. Si no se responde a ambas preguntas, cabe el peligro de utilizar el ‘confinamiento total’ como un mantra populista, que hace mella en una población atemorizada, pero que no ayuda a atajar la expansión del virus. No olvidemos que muchos de los confinados de Wuhan recibían cada día, en el portal de su casa, comida y medicamentos, y que los más reticentes eran encerrados con candados. ¿Es posible esto aquí?

El 6 de febrero escribí que la respuesta al virus no dependería solo de los medios técnicos o de la voluntad política. También dependería de la cultura política y social imperante en cada país. La de Catalunya, o la de España, no es la de China. De ahí que el Gobierno de Sánchez tenga que ponderar las medidas sanitarias con la capacidad de nuestra sociedad para asumir un determinado nivel de confinamiento y sus consecuencias. De no tenerse en cuenta, el remedio podría ser peor que la enfermedad. No es lo mismo estar confinado y comprar todo por Amazon que estarlo sin tener un euro en la cuenta corriente. No es lo mismo quedar confinados en un piso de 30 metros cuadrados que en una casa con jardín. No es lo mismo estarlo viendo como la bolsa se desploma, y pensando que ya volverá a subir, que padeciendo un Erte de incierto futuro.

Si la epidemia ha alcanzado una dimensión tan pavorosa, no es porque no exista confinamiento. Ha sido por el retraso en actuar de todos los gobiernos. También del de Sánchez, del de Torra, y de los de todas las comunidades. La defensa que hizo Sánchez ayer, en este extremo, es poco convincente. No basta con ser el tuerto en un mundo de ciegos. Es cierto que aquí se adoptaron medidas antes qué en otros países, pero tampoco se adoptaron a tiempo. ¿De quien es la culpa? De la mayoría de los políticos, de muchos periodistas y de casi todos los epidemiólogos (los que asesoran a Sánchez y los que ahora le critican sin acordarse de cómo banalizaron el covid-19). Aunque, cuando veo que las estaciones de esquí siguen abiertas en Suecia y que Japón acaba de celebrar la multitudinaria fiesta de los cerezos, me pregunto si hay algún gobierno capaz de anticiparse al virus y ordenar un confinamiento a tiempo, aunque no sea total.