ANÁLISIS

Pinchen la burbuja

Lo de besar el escudo está muy bien, pero el auténtico gesto de compromiso con su entidad es el de asumir que quizás toque renunciar a parte de su sueldo

Neymar, Messi y Cristiano Ronaldo, en la gala de la FIFA del 2015.

Neymar, Messi y Cristiano Ronaldo, en la gala de la FIFA del 2015. / periodico

Sònia Gelmà

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Viven en una burbuja. Les hemos acusado de ello una y mil veces porque nos han dado ejemplos para creerlo. Los futbolistas: jóvenes, ricos y populares. Su vida, en nada se parece a la nuestra. Algunos han crecido aquí, tienen amigos de la infancia y, aunque estén rodeados de lujo, tienen algo más de contacto con la realidad. Otros, en cambio, llegan de otro país, se confinan en sus mansiones sin necesidad de ningún virus y ni siquiera se molestan en aprender el idioma. Viven aquí, como lo podrían hacer en Milán, en Manchester o en París. Su vida, su entorno, su burbuja.

Esa capa fina y transparente les aleja del resto de la sociedad y aunque les hayamos visto implicarse para que nos quedemos en casa, sus espléndidos casoplones no han hecho más que aumentar nuestro distanciamiento. Porque a los futbolistas se les adora dentro del campo, pero sus estratosféricas nóminas están siempre en la mente de los aficionados, más latentes o más patentes en función de las alegrías que les proporcionen.

Cifras obscenas

Nadie empatiza con ellos ahora mismo. Es una reacción humana, porque llevamos años oyendo hablar de cifras obscenas, de cantidades que se escapan a nuestra capacidad de imaginar. Pero los futbolistas, a los que ya hemos condenado, tienen la oportunidad de demostrar que también viven en este mundo y que comprenden que van en el mismo barco que su club. En realidad, son los primeros interesados en que este parón obligado no destroce el negocio.

Se podría reclamar a instituciones como el Barça, capaz de generar 1.000 millones de euros por temporada, que no recurran a regular su plantilla de empleados no deportivos

Lo de besar el escudo está muy bien, pero el auténtico gesto de compromiso con su entidad, es el de asumir que —más allá de lo que digan sus contratos—, mientras sus clubs no generan ingresos, quizás toque renunciar a parte de su sueldo. De ser así, podríamos reclamar a instituciones como el Barça, capaz de generar mil millones de euros por temporada, que no recurran a regular su plantilla de empleados no deportivos, algo que deberían dejar para aquellas empresas que realmente lo necesiten.

Industria bajo sospecha

Luego está la otra burbuja, la de la industria del fútbol. Esa que empezó vendiendo publicidad en sus camisetas, que encontró una mina en la venta de los derechos televisivos y que está llegando al límite de vender todo lo vendible en esa carrera inacabable por ser el mejor, aunque sea a través de cantidades indecentes en traspasos y sueldos. Este parón ha servido para que reflexione incluso el presidente de la FIFA, Gianni Infantino. Demasiados partidos, aunque resulte inevitable pensar que es un razonamiento interesado, por el bien de su jardín.

El virus que atemoriza media humanidad también puede penetrar en ambas burbujas. Quién sabe si será el momento para que clubes y futbolistas redimensionen su papel. Para que unos estudien si no han rebasado el techo de lo viable, y para que los otros pisen, ni que sea por una vez, nuestro suelo.