TRIBUNA

¿Por qué ahora?

El Rey ha ejecutado una voladura controlada aprovechando la peor cortina de humo de la historia reciente

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Gabriel Rufián

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Suena la alarma. Te sigue haciendo gracia eso de librarte de las prisas y la presión de la mañana, pero ya no tanto. Día que pasa, día que la mancha espesa de la pena se esparce un poco más. Pero nadie lo comenta todavía. Abres la ventana. Vuelve a hacer frío. Tu calle es la película que viste tantas veces tantos domingos por la tarde. Pones la radio. Música. La fascinación ante el gazpacho de fatalidad y frivolidad de los programas de la tele ya pasó.

Creías que iba a ser fin de semana cada día, y no. De vez en cuando piensas en cómo mirabas una mascarilla por la calle como quien mira un peinado raro o un suéter roto, y como miras ahora tutoriales en YouTube para hacerte una. Limpias tu casa con la parsimonia y el tiempo de un preso su celda. Mil series, mil llamadas, mil películas, mil libros contra un monstruo llamado melancolía.

Sales al balcón esperando oír y compartir las sonrisas, los cánticos y los aplausos de cada día y al patio de luces esperando no oír los gritos, los lloros y los golpes que oíste y denunciaste aquel día. Imaginas lo bonito que sería ver tanto reconocimiento y preocupación colectiva en las calles algún día. Sientes el miedo a comenzar a echar de menos y a echar de más. Autobuses vacíos de ida y vuelta. El ruido del camión de la basura en mitad de la noche que reconforta por primera vez. Sin deporte, sin bares, sin cine, sin teatro, sin gente, sin arte.

Y en mitad de este silencio que grita, imágenes y noticias que convierten sospechas en certezas. Un rey señalado en Suiza. Un viejo rey vestido por cien medios a sueldo con falsas ropas doradas durante 40 años. Y en mitad de este silencio que grita, una voladura controlada aprovechando la peor cortina de humo de la historia reciente. Aquellas fotos, aquellos vídeos, aquellos viajes de ese señor que te dijeron que un lunes de febrero de hace 39 años, vestido de militar, te había salvado del golpe militar de unos amigos suyos a unos enemigos suyos, de repente cuadran. 100.000.000 euros en 'business' con sátrapas saudíes. Una noticia de noche en un digital, silencio en las portadas durante días y un breve en la mitad del telediario entre cifras de muerte y ruina.

Y tú, primero, piensas que no toca, que ya ajustaremos cuentas. Luego, que se olvidará y que no es justo. Y más tarde, que ya veremos. Sales al balcón y vuelves a aplaudir con una sonrisa al único ejército que salva, desarmado con batas blancas y ojeras. Y entonces sale el hijo de otro rey en un atril entre cazos. Palabras huecas copiadas sin alma. Tan alto y preparado. Y entonces lo sientes y lo entiendes. Una vez más. Eres un súbdito y un súbdito recibe órdenes, no explicaciones. Un súbdito sirve, no pregunta.

Recuerdas todas las veces que se salieron con la suya ellos y todas las veces que perdiste tú. Recuerdas La Nueve, los maquis, LorcaCompanysLa Pasionaria y un millón de sueños estelados y tricolores quemados. Las viudas rapadas, la calle de Fraga y el Campechano desnudo. Recuerdas la historia y las lágrimas de la derrota de las madres y padres de tantos ancianos que no lo verán. Y entonces te dices que hay que ganarles aunque sea con una mascarilla en la boca. Que no utilizarán tu miedo como humo de escena. Y te vas a la cama con un poco más de coraje.