IDEAS

Octogenaria y adolescente

En el confinamiento, todos somos nuestros mayores y actuamos como 'teenagers'

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Lucía Lijtmaer

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Quizás sea solo yo, pero tengo la sensación de que en estos días de confinamiento la edad se elastiza. Todo adquiere una consistencia parecida a la de la maicena: espesa y untuosa. El tiempo es irregular, pesado a veces, ligero las que menos. La falta de movimiento exige ejercicio físico básico y rudimentario, caminatas de pasillo, quizás algunas flexiones. Y lo inesperado: la vida comienza a ser aquello que ves por la ventana, y que a ratos tiene la perspectiva y el tamaño de un sello de correos. En definitiva: en tiempo, cuerpo y perspectivas todos somos y nos convertimos en nuestros mayores.

Solo una palabra nos devuelve, a ratos, a otra realidad, a otra edad. Cuarentena. La idea de aislamiento transitorio. El perfume de la temporalidad. Y por eso nos miramos el ombligo, porque no hay otro, y mostramos nuestros hábitos, nuestras lecturas, nuestra importancia. En esa fluctuación hacia otro estado, más gaseoso, nos convertimos en adolescentes en sus cuartos, imbuidos de nuestras mejores galas, nuestros mejores libros, nuestros mejores deseos. Entonces me viene a la cabeza una serie de imágenes, las fotografías de Adrienne Salinger de todos aquellos adolescentes que, en los noventa, eran retratados en sus habitaciones con sus objetos: pósters de heavy metal, iconografía religiosa, un animal de peluche desgastado, las notas entre amigas que dejan entrever deseo y secreto, los dos valores más preciados en la adolescencia.

Ahora que nos miramos y nos fotografiamos, ahora que el espejo se convierte también en un escaparate, y lo transforma todo con su contradicción, ahora que nuestro selfi es íntimo pero está hecho para ser mostrado, ahora que tenemos la cabeza y el cuerpo de una octogenaria y una adolescente indistintamente, me pregunto cómo estamos mutando, qué escamas, qué vida, qué cuerpos somos y seremos, cómo y de qué manera saldremos de esta, cómo cambiarán nuestras voces, qué gravedad o ligereza podremos imponer a nuestras palabras.