Deuda y crisis

'Animal spirits': ecos de otoño del 2008

Las empresas demandarán crédito o no dependiendo de la percepción que tengan de su futuro, condicionado a la que tengan de la demanda y el comercio exterior y el consumo interno

Presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde

Presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde / periodico

Josep Oliver Alonso

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La situación económica y financiera empeora a ritmos no vistos desde 2008. ¿A qué responde este colapso? A que la amenaza de recesión ha aparecido en un momento particularmente vulnerable de la economía mundial, que ha crecido apalancada en deuda muy barata y la notable contribución de China. Respecto de esta, todo apunta a que en 2020 no podrá jugar el papel impulsor que tuvo en 2008 ni el que ha mantenido hasta 2019. Y la deuda, ¿podría impulsar de nuevo el avance del PIB global? No parece posible porque su avance la ha situado en valores históricos y porque, justamente, estamos asistiendo a una fase  de desapalancamiento. Este es el quid de la cuestión: la crisis del coronavirus ha estallado en la cara de una economía global dopada por la muy laxa política monetaria de la última década.

Por ello el rescate de las economías occidentales por gobiernos y bancos centrales: a medida que se confirma lo peor, todos han ampliado substancialmente su intervención. La importancia conjunta de sus programas, equivalente a varios billones de euros, refleja la angustia del posible colapso del crédito, expresión a su vez de la búsqueda de liquidez por bancos, empresas e inversores, preparándose para lo peor.

En este contexto, el caso del BCE es paradigmático. No hace ni una semana que tomó las medidas que consideraba adecuadas: mantenimiento de tipos, ampliación del programa de compra de bonos en 120.0000 millones y reducción de los tipos de interés que cobra a las entidades financieras, hasta el -0,75%, en su programa de crédito dirigido a sostener la actividad. Pero el cierre de fronteras, la extensión de la crisis a Europa y Norteamérica, y las cada vez más inquietantes visiones de una más larga cuarentena, han obligado al BCE, como también a la Fed y al Banco de Inglaterra, a renegar de sus posiciones iniciales. Y, en una semana, ha pasado de no preocuparse excesivamente por la situación a lanzar un nuevo programa de compra de activos ('Pandemic Emergency Purchase Programme'), a efectuar hasta finales de 2020, por un importe de 750.000 millones de euros. Y ello porque, junto al empeoramiento de las previsiones económicas, ha regresado el temor a la fragmentación financiera de la eurozona, como han puesto de relieve los aumentos de tipos de interés de la deuda pública y de las primas de riesgo de Italia, España y otros países del sur.

Para nosotros, esta nueva crisis nos encuentra con la casa más ordenada, en particular en el ámbito de la deuda privada interna y externa, aunque no en la del sector público, aunque continuamos con desequilibrios macroeconómicos excesivos. Por ello, el margen de maniobra real del gobierno Sánchez lo da el BCE, tanto en crédito a la banca para que lo conceda a familias y empresas como en gasto público.

En lo relativo al déficit y el endeudamiento de las administraciones públicas, y aunque la reducción de sus costes de financiación por la intervención del BCE amplía el margen de maniobra, no cabe esperar mayor gasto discrecional del ya acordado (los 17.000 millones del paquete Sánchez): el agujero en las cuentas públicas provendrá más que del gasto discrecional de la respuesta de los mecanismos automáticos (caída de ingresos y aumento del seguro de desempleo). Y para ello habrá que esperar y ver a cómo evoluciona el déficit: la deuda pública es alta y no podemos permitirnos según qué.

Y, por lo que se refiere al crédito a empresas, ahí la situación es también complicada. Cierto que el BCE pone a disposición de la banca crédito subvencionado; y cierto también que el gobierno aporta un 50% de la garantía necesaria de los nuevos créditos. Pero, finalmente, su demanda es proactiva: las empresas deben decidir si quieren demandarlo o no. Y esa decisión depende críticamente de los 'animal spirits', es decir, de la percepción que tengan las empresas de su futuro, condicionado a la que tengan de la demanda y el comercio exterior y de lo que haya de suceder al consumo y la inversión interna.

Hoy parece que se ha conseguido detener el peligro más urgente, el de la fragmentación financiera de la eurozona. Ahí el BCE ha utilizado poderosos instrumentos para evitarlo, y le quedan todavía algunos en reserva. Pero en lo tocante a nuestra economía, los márgenes son estrechos: poco gasto discrecional público a la espera de cómo evolucione el déficit, y dificultades para la inversión privada, cuya recuperación depende de la estabilización global. Y tanto uno como, como pueden imaginar, son harina de otro costal.