Reacción política al covid-19

No lo fíe todo al Gobierno

Hay situaciones, como la pandemia que padecemos, que superan a los gobiernos por arriba, por abajo y por ambos costados, colocándolos ante la tesitura de tomar decisiones rápidas y extremas

El Congreso de los Diputados, semivacío, durante la comparecencia de Sánchez para explicar la declaración de estado de alarma.

El Congreso de los Diputados, semivacío, durante la comparecencia de Sánchez para explicar la declaración de estado de alarma. / EFE / MARISCAL (POOL)

Josep Martí Blanch

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Uno siempre quiere creer que está más protegido de lo que está, que los gobernantes saben más de lo que saben y que en los despachos oficiales hay una fórmula mágica para actuar correctamente ante cualquier contingencia. Si algo sale mal, por fuerza ha de atribuirse a la incompetencia de los que mandan. Esta proyección de omnipotencia sobre el poder público, que todos más o menos hemos desarrollado, nos permite sentirnos a cubierto y minimiza falsamente las consecuencias de una catástrofe, atribuyéndolas mayoritariamente a la incapacidad y memez de los dirigentes cuando acaban concretándose.

La realidad es otra. Hay situaciones, como la pandemia que padecemos, que superan a los gobiernos por arriba, por abajo y por ambos costados, estresándolos hasta límites inimaginables y colocándolos ante la tesitura de tomar decisiones rápidas y extremas que provocarán graves daños, aun queriendo evitar males mayores, sin apenas tiempo para madurarlas. Entender esto no elimina la diferencia entre buenos, regulares y malos gobiernos. Pero sí nos constriñe, como ciudadanos, a ser ecuánimes, y hasta cierto punto generosos, en nuestro juicio y a hacer lo posible para entender la extrema dificultad del dirigente, su incapacidad para manejar y procesar toda la información en cortísimo espacio de tiempo y la imposibilidad de prever con seguridad escenarios futuros en entornos que cambian a diario.

El gobierno de Sánchez ha ido de menos a más. Titubeó de inicio y amagó con cerrar los ojos ante la realidad que se avecinaba. Permitió manifestaciones, como las del 8-M, que debieron impedirse. Intentó alejar la gravedad de lo que nos venía encima con parches de morfina dialéctica. Pero todo esto, para ser justos, es morralla que no habría cambiado sustancialmente, ni siquiera colateralmente, la situación. Ahora estamos en otro escenario. Desde el fin de semana el Gobierno lidera y decide, ya tocaba, en los dos frentes que nos desangran: el sanitario y el económico.

La sesión plenaria del Congreso, con sólo 30 parlamentarios presentes, es quizás la imagen más nítida de la excepcionalidad que estamos viviendo, descontados los uniformes militares que cada día dan cuenta de las últimas novedades de la crisis. Una excepcionalidad que incluye, o así debería ser, evitar el uso de la pandemia y del sufrimiento que de ella se deriva para sacar rédito político. Lo ha entendido finalmente la oposición, que con la excepción de los ultras, ha decidido ponerse al lado del Gobierno y parece que también lo ha entendido el propio Sánchez, que en su primera intervención confundió la Constitución con una vacuna. Van camino de entenderlo, aunque más lentamente, los dirigentes catalanes, muy diligentes en la gestión pero desacertados en muchas de sus declaraciones.

Tendremos tiempo de juzgar al Gobierno por los resultados. Mesurando concienzudamente el impacto, alcance y acierto de las decisiones que ha tomado y que seguirá tomando. Pero será cuando esto escampe. Aquel día, por cierto, también habrá que pasar cuentas con la Casa Real. No sea que con el virus se nos olvide hacer cuentas del último escándalo que la aqueja. Coda: no lo fíe todo al Gobierno. Hay tiempos en los que la política solo puede mitigar el dolor, no ahorrarlo. Nos ha tocado vivir uno de estos tiempos.