La epidemia

Un virus sin clases

La transversalidad infecciosa aumenta el pánico de los opulentos, acostumbrados a que siempre había una escapatoria honrosa por la vía del dinero

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Matías Vallés

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En los momentos de zozobra, todos los gobernantes propenden hacia Churchill. El presidente del Gobierno se enfrentó al enemigo más diminuto de su carrera prometiendo “semanas difíciles”. A Pedro Sánchez solo le faltó añadir que “lucharemos contra el coronavirus en las playas, lucharemos en los aeropuertos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas; nunca nos rendiremos”. En efecto, el discurso de 'sir' Winston debió de tener el mismo efecto sobre Hitler que el “para combatir esta emergencia haremos lo que haga falta” sobre el virus. Dado que desde 1939 no se registraba una parálisis social, deportiva y cultural semejante, solo cabe esperar que la primera guerra mundial vírica no se prolongue durante seis años de calamidades.

Se han vertido ataques literalmente virulentos sobre el covid-19, pero hasta sus adversarios más caracterizados deberán reconocer que es un virus sin clases. No solo por la clausura de las aulas, una bendición para el ocio de los alumnos pero también para su formación, sino porque el coronavirus demuestra un interclasismo ejemplar. La transversalidad infecciosa aumenta el pánico de los opulentos, acostumbrados a que siempre había una escapatoria honrosa por la vía del dinero. La situación ha empeorado, pero también se ha igualado.

La propuesta evangélica del exorcismo del coronavirus mediante un lavado intenso de manos, con una simplicidad que está al alcance de todos los bolsillos, aporta una ofensa adicional a las clases pudientes. Reputados germófobos como Howard Hughes o Michael Jackson no solo interponían una barrera antiséptica con el resto de la humanidad, sino que su aislamiento blindado reposaba en inversiones descomunales. En cambio, los potentados actuales corren el mismo riesgo que sus inferiores, y además han de implorar su solidaridad para evitar un planeta inhabitable. La epidemia está mejor repartida que la riqueza. “Superar esta emergencia nos va a costar”, dice Sánchez. Sin clases, es de esperar.