NÓMADAS Y VIAJANTES

Es el sistema el que mata

Pocos cuestionan un sistema que ha debilitado su capacidad de respuesta ante crisis como la del coronavirus

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Ramón Lobo

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La mayoría no sabemos cómo se vive en un país destruido, sin acceso a servicios, agua potable y luz eléctrica. La guerra de Siria cumple este domingo nueve años. Supera el medio millón de muertos. No es la única, está la del hambre diaria que afecta a más de 820 millones de seres humanos. Somos afortunados: no hemos padecido una guerra mundial, ni un tsunami como el del 2004 ni la pandemia de la gripe española. Lo que habíamos aprendido sobre el sufrimiento masivo se nos olvidó en los años 80, cuando la contrarrevolución conservadora de Reagan Thatcher le quitó los grilletes a la gula de los mercados.

Nos enfrentamos a la amenaza del coronavirus sin memoria de esfuerzo colectivo. Carecemos de liderazgos capaces de trabajar por el bien común a medio y largo plazo. Somos la sociedad líquida, la del instante fugaz que captan los 'selfies' y las encuestas de encargo que les permiten tomar decisiones sin riesgo, siempre a favor de la corriente.

Hay una histeria colectiva que arrasa las existencias de los supermercados del Primer Mundo, pero pocos cuestionan un sistema que ha debilitado la capacidad de respuesta. Se aprovechó la crisis del 2008, de la que solo han salido bien parados los riquísimos, para erosionar el Estado del bienestar, las pensiones y su sanidad pública. Preparémonos para el peor escenario: una crisis económica similar a la de 1929, incluidos los fascismos que la siguieron.

Doble desafío de EEUU

El problema no es Italia, ni Irán o España. La clave para medir la profundidad del daño está en EEUU, que se enfrenta a un doble desafío: la práctica inexistencia de una sanidad pública y un presidente negacionista, incapaz de tolerar cualquier frase que no sea un halago. Donald Trump combina medidas en apariencia extremas, como la de prohibir los vuelos desde Europa, que no sirven de nada, con una dejadez de funciones. Está más preocupado por los números: el de enfermos y muertos, que no deja de crecer; y el de las Bolsas, que no dejan de bajar. La hecatombe de los mercados le roba su mejor frase, decir que la bonanza sin fin de Wall Street es la prueba de su éxito como presidente.

Todo líder teme la llegada de un suceso catastrófico, algo que pueda dañar su credibilidad, y más en un año electoral. Lo llaman the defining moment, el que define una presidencia. La frase procede de un libro de Jonathan Alter sobre los 100 primeros días de Roosevelt, que los calificó como el "triunfo de la esperanza", la creación del New Deal frente a la Gran Depresión.

Trump no tiene conejos en la chistera. No sabemos aún si el coronavirus será más grave que un tiroteo en la Quinta Avenida. En las elecciones del 2016, el aún candidato Trump dijo que si disparara contra alguien en esa emblemática calle no tendría consecuencia electoral. En más de tres años de mandato ha demostrado que tenía razón: no importa lo que diga o haga, tiene inmunidad y el voto ciego de 63 millones de estadounidenses.

Escenario volátil

El coronavirus puede ser diferente porque es imprevisible, asusta y mata. Trump lleva años instalado en el mantra del fake news, su única respuesta a las críticas y a los problemas. Su claque mediático-política critica a los medios tradicionales y a los demócratas de hinchar la crisis. Estamos en un escenario tan volátil y veloz que las medidas que hoy parecen exageradas, mañana se quedan cortas. En un mundo dirigido por políticos que no asumen riesgos, casi nadie quiere quedarse rezagado.

El problema de Trump y de EEUU es que su sistema sanitario no está a la altura del desafío porque se trata de un negocio privado. Esto puede ser bueno para Bernie Sanders y Elisabeth Warren, que defienden una sanidad pública universal para todos los estadounidenses. No es una idea que guste al centrista Joe Biden, exvicepresidente con Obama, y favorito para lograr la nominación del partido. Pertenece al establishment que no cuestiona los beneficios de las aseguradoras ni los excesos de Wall Street porque son parte del mismo juego.

Para Biden podría ser una gran oportunidad para ser valiente y marcar diferencias con Trump. Debería incorporar algunos postulados de Sanders y recuperar los planes sociales que Obama no pudo aplicar. También existe un momento decisivo para los aspirantes a la presidencia, su capacidad de generar ilusión, un sí se puede, que procede del Yes We Can del 2008. Tal vez Sanders no sea la persona adecuada para unir el país y derrotar a Trump, pero sus ideas son la única receta para domar a una élite cleptocrática que dejó de creer en la democracia.