IDEAS

A favor del pijama

Vivamos, por qué no, como nobles arruinados durante 15 días

Una mujer realiza teletrabajo en su casa vestida en pijama

Una mujer realiza teletrabajo en su casa vestida en pijama / periodico

Jordi Puntí

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Vivimos tiempos de consignas y mandatos. La política se ha convertido en el arte de decirnos cómo tenemos que hacer las cosas, y el servicio público es hoy un servicio aleccionador. La sociedad se deja hacer, y poco a poco nos vamos infantilizando. Se abarata así el derecho a pensar y del libre albedrío cuando se trata de tomar decisiones. Con la idea de fondo que lo hacen por un bien nuestro, para protegernos, las autoridades se han acostumbrado a decirnos lo que tenemos que hacer en todo momento. No me refiero a los días extremos que vivimos ahora con el coronavirus. Lávese las manos, beba agua a menudo, no se abracen, quédese en casa si nota síntomas: son recomendaciones sensatas, que se entienden a pesar de un contexto muy arbitrario (¿por qué los teatros y museos cierran y las grandes superficies aún no?). Es precisamente esta firmeza con la que se toman decisiones radicales —y las explican bien— lo que contrasta con la ligereza de otras situaciones.

Un ejemplo: los próximos días muchos trabajadores se quedarán en casa para hacer eso que se llama teletrabajo y yo llamo la vida del autónomo que no tiene horas. Disfrazados de consejos saludables, ya han empezado a salir las consignas bien pensantes: dúchese por la mañana igualmente, no pique entre horas, no trabaje en pijama... ¡Alto ahí! Trabajar en pijama no sólo es un derecho, sino que es un placer de puertas adentro, que alarga el tiempo y lo convierte todo en un asunto privado. Y no sólo eso: quién, además de ir en pijama todo el día (incluso a riesgo de dar un mal ejemplo a los hijos confinados), pueda trabajar desde la cama —dentro de la cama— que no se lo piense dos veces. Si tenemos dudas, siempre podemos leer los dietarios de Julio Ramón Ribeyro, 'La tentación del fracaso', donde se dicen cosas como: “Apenas llego de la oficina al mediodía me pongo el pijama y clausuro la jornada, en el que al exterior se refiere”. Y si vamos por nota, entregarnos a la lectura de 'Oblómov', de Iván Goncharov, la vida de ese “hombre superfluo” que no se levanta de la cama hasta la página 150. Vivamos, por qué no, como nobles arruinados durante 15 días.