IDEAS

Pánico en las librerías

El abastecimiento de libros muy a menudo han salvado encierros y suavizado malos tragos

Ambiente de Sant Jordi en la librería Taifa de Gràcia, en el 2019

Ambiente de Sant Jordi en la librería Taifa de Gràcia, en el 2019 / periodico

Miqui Otero

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Hay grescas y raptos de pánico en Japón y Australia para conseguir papel higiénico, pero de momento no se han documentado altercados similares en las librerías, a pesar de que otro tipo de papel, el de los libros, sería también útil para soportar una eventual cuarentena.

Y las mascarillas van camino de costar tanto como ese vaso de cerveza tasado en 4.000 millones de marcos durante la República de Weimar, pero las novelas y ensayos y poemas siguen en su precio fijo.

La idea de abastecerte de libros se suele asociar a una pregunta más luminosa (¿cuáles te llevarías a una isla desierta?) que lúgubre (¿con qué títulos soportarías un confinamiento sanitario?). Y, sin embargo, muy a menudo han salvado encierros y suavizado malos tragos. José Luis Ibáñez, autor de un reciente ensayo sobre los detectives en el siglo XIX, sufrió una terrible enfermedad infantil que lo paralizó seis meses: su tía Isabel le regaló un tomo de la Editorial Molino de las aventuras de Sherlock Holmes que le salvó la vida. Jorge Herralde explicaba en sus memorias que era un joven enfocado a ser campeón de equitación hasta que enfermó de tuberculosis y durante la convalecencia descubrió a Sartre, epifanía que lo llevaría a montar la editorial Anagrama. Toteking narra en 'Búnker', que acaba de publicar Blackie Books, cómo su pulsión lectora subió de volumen en momentos de reclusión tras la muerte de su padre. Y Claudia Durastanti habla en 'La extranjera', que también llega ahora a librerías, de sus “años de desván”: cuando emigró de Brooklyn a un pueblo italiano solía faltar a clase para encerrarse allí y leer durante todo el día. El desván, en este caso del colegio, donde también el protagonista de La historia interminablese entregaba a los libros, “Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara…”, hasta que entró en uno de ellos.

Qué hermosa imagen, negativo de las llamas del 'Farenheit 451' donde ardían los libros, sería una civilización invadiendo las librerías y arramplando con el género de la distopía, del realismo social, de la conspiranoia, de la tragicomedia.