Dos miradas

La banalidad

Las casas de moda más sofisticadas personalizan mascarillas, estampan su logotipo o escriben 'mask', una redundancia chic. Las venden carísimas y resulta que agotan sus existencias

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Josep Maria Fonalleras

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Es una tendencia secular. ¿Qué hacían los romanos mientras los bárbaros estaban en las puertas del imperio? ¿Y a qué dedicaban el tiempo en Versalles justo antes de la decapitación? En muchos momentos, ante la inminencia de un mundo que se acaba - y, con este mundo, se acaban los asideros que permitían un equilibrio cotidiano - la tendencia de unas determinadas élites ha sido esconder la cabeza bajo el ala y actuar con la decisión tremebunda del avestruz. Es decir: continuar como si nada, como si el mundo real, el que se impone a las antiguos costumbres, no existiera.

Ahora, además, se añade la ostentación. Es decir, la exhibición de la frivolidad. Todo el mundo sabe que las mascarillas no sirven para nada, si no eres una persona que tenga el virus o un personal sanitario. Todo el mundo lo sabe, excepto las casas de moda más sofisticadas, que personalizan mascarillas (con una imagen de la boca y la nariz de quien la lleva), estampan su logotipo (incluso de conjunto con una pieza de ropa), o escriben 'mask', una redundancia chic. Y las venden carísimas (una media de 80 dólares) y resulta que agotan sus existencias, porque muchos quieren lucirlas. La banalidad antes del precipicio.