Dos miradas

Las manos y mi padre

Cuando volvía de cualquier lugar que él consideraba sospechoso, hipotéticamente peligroso o susceptible de contener virus varios), mi padre abría la puerta de casa utilizando los nudillos, nunca la palma de la mano

Lavarse las manos con agua y jabón, clave para evitar la propagación del coronavirus.

Lavarse las manos con agua y jabón, clave para evitar la propagación del coronavirus. / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Estos días pienso mucho en mi padre. Siempre tuvo esta manía, pero fue en aumento hacia el final de su vida. Cuando volvía de cualquier lugar que él consideraba sospechoso, hipotéticamente peligroso o susceptible de contener virus varios (un hospital, una funeraria, el mundo en general), abría la puerta de casa utilizando los nudillos, nunca la palma de la mano. Después, iba al lavabo y hacía lo mismo con el grifo. Miraba de abrirlo (y lo conseguía) con un esforzado movimiento que retorcía las extremidades. Repetía esta operación varias veces (no creo que exagere si digo seis o siete al día) y así era feliz. O al menos vivía tranquilo. Lo veíamos, claro, como una obsesión que incluso pensábamos que era enfermiza. Y aún no se habían inventado (¡o él no los conocía!) los geles antisépticos de bolsillo.

Pienso mucho en él. Me llega la ocurrencia de Richard Wenzel, una eminencia en infecciones, que explicaba las 10 razones principales de transmisión de los microorganismos. Enseñaba las manos y contaba los dedos de las manos. Diez. Viendo cómo va todo, obsesionados como estamos, este artículo es un homenaje a mi (maniático) padre y a su (no tan maniática) obsesión.