Opinión | Editorial
La dimisión de Alfred Bosch
La opacidad con que se gestionó el cese del jefe de gabinete de Exteriors por presunto acoso descalifica al hasta ahora 'conseller'

Carles Garcias (izquierda) y Alfred Bosch / ACN
En pocas horas, Alfred Bosch pasó ayer de emitir un comunicado en el que defendía su actuación en el asunto de presunto acoso sexual en el que está implicado su exjefe de gabinete, Carles Garcias, <strong>a dimitir del cargo de ‘conseller’ de Acció Exterior, Relacions Institucionals i Transparència.</strong> «Seguramente no he sabido actuar bien ni con rapidez», decía Bosch tras comunicar su renuncia.<strong> En medio se desarrolló una tensa entrevista con el ‘president’ Quim Torra,</strong> quien le recriminó no haber actuado según el protocolo definido por la dirección general de Función Pública. Se ha puesto en evidencia una gestión deficiente del problema, no solo obviando los canales institucionales y los procedimientos establecidos para defender los derechos de las trabajadoras de la función pública sino incluso difiriendo una actuación, que hubiese debido ser inmediata, hasta que desde la dirección de ERC se ordenó actuar o dando apoyo público a Garcias.
Hasta ahora no se ha sabido que<strong> el cese del exjefe del gabinete de Exteriors</strong> respondía en realidad a las continuas quejas de trabajadoras de la ‘conselleria’ sobre su conducta improcedente, una alerta que acabó confirmando la investigación interna de ERC, que fue quien tomó las riendas, especialmente a través de Oriol Junqueras, para defenestrar a la mano derecha de Bosch. Aun así, el ahora ‘exconseller’ incluso sugirió la posibilidad que Garcias ocupara provisionalmente una dirección general. Al no haber denuncias ni haberse documentado abusos, el procedimiento se ha desarrollado a nivel interno del partido, que ha obrado con contundencia, pero sin atenerse a los criterios de transparencia y protección de las personas afectadas que habrían sido deseables. La investigación sigue su curso: la dimisión de Bosch es solo un punto y seguido en un tema que no solo pone al descubierto presuntas actitudes de acoso intolerable, amparado en la preeminencia en el lugar de trabajo, sino también la opacidad con que se ha gestionado el caso y la realidad de un Govern dividido en dos mitades: una que decidió gestionar la crisis como un asunto interno y otra que apenas ha ocultado la intención de aprovechar el caso para erosionar a sus aún formalmente socios de gobierno.
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