IDEAS

Sobre puritanismo y censura

John Irving, en su visita a Barcelona en el 2013.

John Irving, en su visita a Barcelona en el 2013. / periodico

Lucía Lijtmaer

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Mañana habrá que enfrentar a todos aquellos que, al plantear un debate, una noticia o una posición política te acusarán de puritana. No importa que no hayas prohibido nada. Qué más da que no abogues por ningún tipo de censura. Llegará.

Tarde o temprano habrá que enfrentar a los que te acusarán de puritana al plantear un debate o una posición política

La polémica no es nueva. En 1992 llegó a los medios de comunicación con un artículo de John Irving publicado en 'The New York Times': 'Pornography and the New Puritans', en el que el escritor rechazaba la propuesta de ley de compensación de víctimas de la pornografía, apoyada por un sector de las activistas feministas estadounidenses. Irving establece sus dudas ante la posibilidad de castigar aquellas ficciones que fueran simplemente obscenas, pese a que la ley, en un principio, buscaba proteger a las víctimas de atacantes violentos de quienes se hubiera probado que habían sido directamente influidos por el consumo de pornografía. El proyecto de ley fue desestimado, ya que no se pudo probar la relación entre violencia y consumo de pornografía. Irving concluye con una analogía contemporánea ante el martirio literario: "Qué triste comprobar que varias de estas nuevas puritanas son antiguas feministas progresistas".

Uno de los interesantes ejemplos que usa Irving es la publicación de 'American Psycho' de Bret Easton Ellis, rechazada por una editorial (Simon & Schuster) por la violencia explícita de su contenido y publicada con gran éxito por otra (Vintage): Irving considera que el cambio de editorial es algo comprensible y achacable simplemente a una "ruptura de contrato". Irving defiende a la editorial, pero no las críticas realizadas por el crítico Roger Rosenblatt, a las que trató de boicot y censura. Rosenblatt respondió en una carta al 'The New York Times': "No sé qué se supone que debe hacer un crítico si él o ella no escribe en términos contundentes sobre libros que le desagradan profundamente. Y si eso es censura, me meteré a cura. Lo que está en juego aquí es el gusto, no la censura, y el señor Irving lo sabe. Se identifica con mi juicio literario sobre el libro del señor Ellis, pero elige interpretar mi dureza como censura, mientras que supongo que considera su gusto meramente como opinión". Interesante distinción, que en medio del ruido y la furia, pasa desapercibida.