Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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Miedo a opinar

Algunos sentimos recelo a reflexionar públicamente y sinceramente sobre determinados temas. A mí, me pasa, por ejemplo, con el feminismo.

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Hoy los articulistas de este suplemento escribimos sobre el 8-M. Me cuesta mucho hacerlo y no sé muy bien qué decir. Y no porque no se me ocurran cosas, sino porque tengo un miedo tremendo a que me interpreten mal y terminen acusándome de cualquier cosa. Sí, ya sé que debería ser más valiente y opinar sin temor, pero soy humano y poseo algunos de los imperdonables defectos que acompañan a esa condición.

Y ese es el asunto del que quisiera hablarles, del recelo que tenemos algunos a dar nuestra opinión sincera sobre esta complicadísima cuestión.

Antes de mi reflexión, decirles que mi miedo no es irracional. Les aseguro que está basado en experiencias profesionales. Me dedico al humor desde hace muchos años y solamente en dos ocasiones me han pedido que una pieza no fuera emitida. Eran bromas en las que trataba con el máximo respeto a las mujeres. El mismo respeto, no más, con el que trato a los hombres o a los niños. Los que conocen mi humor saben que soy obsesivamente cuidadoso y que antes de herir a nadie me dejaría atropellar por un camión cargado con vigas de acero. 

En ambos casos, el tema de la pieza estaba relacionado con el feminismo. Les aseguro que no eran en absoluto hirientes y que mis amigas, mi novia y las mujeres de mi familia rieron con las dos bromas, pero no pensaron lo mismo en los medios en los que esas piezas tenían que difundirse. No culpo a los responsables que me pidieron que guardara en un cajón mis ocurrencias. El medio era suyo y tenían perfecto derecho. Jamás les señalé ni dije nada en público, y aunque ahora lo esté comentando, nunca diré sus nombres ni sus empresas, porque, insisto, estaban en su absoluto derecho.

El día que 
podamos 
expresarnos sin 
ser señalados, 
significará que 
las cosas
realmente
han mejorado

Esas dos únicas llamadas de atención en toda mi carrera me han vacunado y han provocado que ese miedo a opinar sobre este asunto se haya acentuado en mí hasta el punto de paralizarme.

Podría pensarse que esto es solo cosa mía, que me como mucho el coco y que soy un tonto exagerado, pero puedo asegurarles que, tras conversar con muchos compañeros de trabajo, la mayoría me ha confesado que les ocurre algo bastante similar. Para evitar problemas, me aseguran mis colegas, prefieren echar mano al discurso mayoritario y seguir la corriente.

¿Por qué nos pasa esto? Sería muy fácil achacarlo solamente a nuestra cobardía o al humano deseo de quedar siempre bien en todas partes. Creo, de verdad, que el problema está en la tensión exagerada y la utilización de esta cuestión por parte de los políticos, que casi siempre terminan fastidiándolo todo.

Ojalá algún día las cosas sean más normales. Deseo que llegue pronto el momento en el que podamos expresarnos sobre esta cuestión sin ser señalados, porque eso significará que las cosas realmente han mejorado.

Pero sí, la culpa también es nuestra. La de los que no nos atrevemos a opinar, los que, como yo hoy, damos rodeos y solamente asomamos un poco la patita. Feliz 8-M a todos.