Dinero difícil

Las facturas del coronavirus

El miedo es un negocio desde tiempos inmemoriales

Asistentes a la oración del Angelus en la plaza de San Pedro del Vaticano, protegidos con mascarillas ante el temor a coronavirus

Asistentes a la oración del Angelus en la plaza de San Pedro del Vaticano, protegidos con mascarillas ante el temor a coronavirus / periodico

Albert Sáez

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El Covid-19 sigue causando estragos en la economía global. La mano invisible de la deslocalización low cost gobierna ahora los mercados financieros y lastra las previsiones de los Estados y de las empresas. Hay cancelaciones, anulaciones, aplazamientos y todo tipo de malas noticias. La economía está en manos del miedo. En buena parte irracional, pero tan real como si fuera la cosa más cabal del mundo. El pánico es, además, una espiral. La sola insinuación de que se podría adoptar una medida más drástica que la anterior desencadena decisiones como si ya se hubiera tomado. Las autoridades sanitarias señalan y los mercados ejecutan. Mientras los expertos dicen que la mortalidad y la viralidad de este coronavirus está en los límites de otras epidemias recurrentes cada año aunque empieza ser de mayor gravedad, la paradoja es que se cierran estadios de fútbol, escuelas, universidades, se desaconsejan concentraciones multitudinarias y se venden mascarillas como rosquillas. Cuando lo más eficiente es lavarse las manos más a menudo.

El miedo es un negocio desde tiempos inmemoriales. De hecho, la mutualización del riesgo y la previsión es uno de los signos más evidentes del avance de la civilización. Uno de los indicadores del progreso económico es, desde finales del siglo XIX, el nivel de gasto de las personas y de los países en el sector de los seguros. Que, en el fondo, no es más que una forma de ahorro ligada a un riesgo concreto. Sea de naturaleza pública, la Seguridad Social, o privada, los seguros de vida, invertimos en reducir el miedo que nos produce la incertidumbre de nuestra fragilidad humana. En cualquier momento podemos perder el trabajo, enfermar, tener un accidente con el coche, sufrir una inundación en casa o morir, el gran temor que nos asalta y que pretendemos eliminar de nuestras preocupaciones ordinarias invirtiendo en protección.

Los seguros han sido uno de los sectores más impactados por el capitalismo financiero. La base de la previsión de riesgos es la mutualización que genera bolsas de capital que se pueden invertir a corto medio y largo plazo. Es un negocio que se basa en el cálculo de riesgos, una actividad hoy también impactada por el big data, puesto que, a mayor recopilación de datos, mejor cálculo de probabilidades. De los seguros nacen los reaseguros y de ellos una modalidad de los derivados financieros. Para entendernos, cuanto mayor es la bolsa de capital acumulado, más se diluye el riesgo y se puede prometer una mayor rentabilidad. En la crisis financiera de 2008 se demostró que algunos derivados financieros generaban mejor rentabilidad si los prestamistas dejaban de pagar que si lo hacían religiosamente. Paradojas.

Con todo, la política de seguros es hoy uno de los pilares de toda gran corporación. Y en la espiral del pánico, los departamentos de riesgos emiten dictámenes por la percepción de amenaza que tienen los ciudadanos, no por el cálculo de probabilidades que se podría hacer. De manera que el riesgo que crece y que nos atenaza es el de las demandas de trabajadores o clientes, no el pago de indemnizaciones por unas muertes que no serán. Alguien está haciendo un negocio con nuestro pánico. Es la verdadera factura del coronavirus.