análisis

El drama de Quique Setién

Nadie puede acusarle de maldad. Hace lo que sabe, pero parece claro que no podrá resolver el rejuvenecimiento de la plantilla

Piqué charla con Setién tras ser sustituido por unas molestias musculares en San Mamés.

Piqué charla con Setién tras ser sustituido por unas molestias musculares en San Mamés. / periodico

Antonio Bigatá

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Aunque muchos hayan dejado de creer en Quique Setién curiosamente nadie le culpa del asesinato -podríamos llamarlo 'barçacidio'- que se ha ido cometiendo en esta ciudad. Y después de escuchar sus primeras explicaciones todavía menos. En todo caso su único pecado ha sido de ambición por querer ser, primero, y aceptar, después, entrenador del Barça. Y es un pecado común, ordinario, vulgar, nada grave.

Si a muchos culés nos arrancasen con tenazas al rojo vivo el secreto más escondido de nuestras almas confesaríamos que si Bartomeu -el gran escondido en este momento de desplome- nos ofreciese el mando deportivo del Barça, es decir  fichar, decidir la táctica y hacer la alineación, lo aceptaríamos. A Quique le ha pasado y lo ha hecho. Otros, más cobardes, quizás usted o quizás yo, tal vez habríamos tenido el pudoroso reflejo de poner la condición de que nadie lo supiese y hacer el trabajo escondidos detrás de un entrenador de paja con carnet.

Le daríamos las órdenes desde detrás de una espesa cortina, como ocurría en las narraciones de terror asiático de mediados del siglo pasado. Quique ha tenido agallas y da la cara. Podría darles una larguísima lista de nombres que harían lo otro, entre ellos muchos periodistas del entorno, que si fuesen sinceros reconocerían que tienen aquella pretensión secreta (algo que por cierto es evidente).

Una cosa diferente es si el animoso técnico santanderino era el hombre adecuado. Me parece tierno, noble y honesto, esas características que en las actuales escuelas de negocios llevan directamente al suspenso. Además es ingenuo. Nadie puede acusarle de maldad. Hace lo que sabe, hace lo que puede, pero parece claro que no está en condiciones de resolver unos problemas que ni siquiera es seguro que puedan solucionarse hasta que no se hagan los amplios relevos pendientes: el rejuvenecimiento y el replanteamiento general de un equipo  que está gastadísimo, corto de fuerzas, sin frescura, carente de la posibilidad de actuar con la alta intensidad que ya aplica un número cada vez más elevado de los buenos conjuntos europeos. 

No lloro por la derrota de Madrid, que sirvió para que aflorasen las irregularidades  que empeñan los buenos momentos que discontinuamente todavía ofrece el equipo. Pero Quique no sabe reactivar los partidos estancados y en vez de inventar estrategias corta y pega -para reaprovecharlas- algunas antiguas poco operativas.

No se pueden pedir milagros a quien llegó hace 50 días pero de momento no revaloriza a sus jugadores, ha tenido que tragarse el mensaje de que utilizaría a la gente de la cantera (lo decía por alegre desinformación), y depende tanto del momento físico y mental de Messi como todos sus predecesores, aunque con la mala suerte de que él lo ha pillado con más años y menos confianza  en quienes le acompañan.

Otra cuestión es que ni él ni Sarabia, su principal ayudante, llegaron sabiendo  tratar al perfil de figuras que existen en el vestuario barcelonista (Bartomeu asimismo se equivocó en eso) por lo que los muy toreados futbolistas de la casa probablemente les consideran aves de paso que se irán a otro nido o a otro descanso con las vacas en cuanto acabe la temporada, que será cuando ellos dos habrán aprendido algo de qué va la película .

La situación provoca cierta pena. Parece un buen señor aunque de otra época y de otro tipo de actividad. Pero no da la sensación de que vaya a ser quien nos reactive a De Jong, quien enseñe a chutar con puntería desde lejos, quien cierre los huecos que dejan por detrás las centésimas de segundo que vacilan Piqué Busquets, quien aproveche lo que promete Ansu, quien sepa convencer a Griezmann de que además de ser un impecable luchando debe convertirse en un delantero más consistente... Tiene sólo unas cuantas semanas para intentarlo y la caballerosidad para merecer conseguirlo. Pero no cree en el resultadismo y sólo dependerá de los resultados.