Opinión | Editorial
El Periódico
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El episcopado español apuesta por el diálogo
El papa Francisco ha conseguido alinear de forma mayoritaria con sus postulados a la Conferencia Episcopal Española
El sector del episcopado español afín a la línea marcada desde Roma por el papa Francisco ha tomado el control de la Conferencia Episcopal Española. Lejos de anteriores equilibrios, que repartían la presidencia y la vicepresidencia entre los sectores etiquetados como aperturistas o conservadores, los dos máximos cargos de la cúpula episcopal han quedado en manos de los arzobispos de Barcelona y Madrid, Joan Josep Omella y Carlos Osoro, ambos designados en sus cargos por el pontífice argentino y apoyados por una mayoría de obispos moderados que futuros nombramientos desde Roma no harán más que consolidar. En clave interna, la Iglesia española se desmarca así rotundamente de las maniobras de los sectores conservadores que han intentado desestabilizar el actual pontificado y abraza el discurso del papa Francisco: austeridad, sensibilidad social y renuencia a cualquier tentación de convertir a la Iglesia en un contrapoder, o un actor político activo. Justo esto último es lo que se podría haber esperado de haberse impuesto la candidatura derrotada, heredera de los planteamientos del cardenal Rouco Varela, con destacados componentes dispuestos a alinearse activamente en la labor de oposición de las derechas españolas contra el actual Gobierno hasta el punto de llamar a orar por el futuro de España.
Desde estos sectores se había querido señalar a la doble candidatura de Omella y Osoro de progubernamental. Sin embargo, de la nueva cúpula episcopal no puede esperarse otra cosa que una posición discrepante ante iniciativas del nuevo Gobierno como la legalización de la eutanasia o una reforma educativa que puede entrar en conflicto con los intereses de la escuela concertada. En cambio sí es de prever, a tenor de las palabras del nuevo presidente de la Conferencia Episcopal y de sus anteriores intentos de mediación durante los momentos más tensos del conflicto catalán, una predisposición clara a la negociación sin estridencias y pocas intenciones de agitar la calle como se hizo bajo la dirección del cardenal Rouco. Siempre, también en el campo de las relaciones entre Iglesia y Estado, es una buena noticia que haya interlocutores dispuestos a sentarse a una mesa para dialogar.
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