Las consecuencias de la epidemia

El virus y el mundo económico de ayer

Las bolsas se hunden y las perspectivas de recuperación se desvanecen, pero permanece la duda de qué habrá que recuperar. ¿Seguiremos haciendo más de lo mismo?

Ilustración de Monra

Ilustración de Monra / periodico

Guillem López Casasnovas

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El coronavirus nos fuerza a una cura de humildad: en un tiempo en que la ciencia se muestra dispuesta a hacer perenne la raza humana con biogenética y medicina híperpersonalizada y antienvejecimiento, he aquí la pandemia. Supuestamente transmitida desde los mercados de comida 'de pobres', el Covid-19 lo está contaminando todo; también el bolsillo de los ricos todopoderosos, que muestran así su fragilidad. Vuelve el miedo y la muerte nos iguala.

Las relaciones humanas, el intercambio mercantil de bienes, la circulación de viajeros, las cadenas logísticas se rompen con el miedo al vecino, a la proximidad, el abrazo y el apretón de manos. Y pensamos que son los otros los causantes sin vernos a nosotros como transmisores. Nos aislamos y nos refugiamos en la red digital, pero de allí nos llega un ruido que no nos deja tranquilos, más bien lo contrario. Quien escribe no tiene rostro y tienden a recibir todos igual fiabilidad. Las bolsas se hunden y las perspectivas de recuperación se desvanecen. Ahora la OCDE revisa ya a la baja el crecimiento y anuncia recesión en algunos países.

Permanece, no obstante, la duda de qué habrá que recuperar. ¿Seguiremos haciendo más de lo mismo? ¿Se limpiarán las bolsas para dar ganancias a nuevos entrantes? ¿Sonreirá Greta ante el descenso de tantos viajes en avión sin sentido? Aprendamos ahora de las pérdidas de capitalización de las empresas por el terror de la pandemia como si nos afectaran.

Ausentes de referentes, nos sentimos perdidos: los que dan la cara desde posiciones políticas son los primeros sospechosos de faltar a la verdad, ya que quizá son beneficiarios de la realidad que pueden ocultar. Mientras, la intelectualidad está perdida a la hora de traducir lo que observa según los cánones de interpretación ortodoxa.

Flaustistas de Hamelín

Es el mundo de ayer que no encuentra transición al mundo real de hoy, tal es la disrupción en la que vivimos. Los valores colectivos ceden ante el individualismo menos humanista. De aquí la capacidad seductora que los desorientados sin criterio propio hallan en los flautistas de Hamelín contemporáneos. La dicotomía es total en las sectas en las que cada uno se refugia: globalizadores, autárquicos, animalistas, veganos o seguidores de profetas de todo tipo. Esto hace que muchos nos agrupemos de manera reduccionista en las zonas de confort que nos ofrecen los 'nuestros'.

Qué elección, si no, más pobre entre Trump y Sanders, aunque para el común de los mortales lo que pase en las elecciones americanas será más trascendente que lo que resulte de las discusiones de las ágoras locales: en las primeras no podremos incidir y participar en las segundas mostrará la inutilidad de nuestras aportaciones. Los responsables de la 'polis' tampoco ayudan a desatascar posiciones. Sin compromiso ético y referente democrático todo se convierte en una gran 'performance' para salvar el día a día. Los analistas políticos de cuota ya ni lo ocultan: ¿'Sit and talk'? Una vez aprobados los presupuestos, olvídense, se dice sin rubor.

Humanismo que desaparece

La palabra dada no vale nada. Si hablamos de reducción de desigualdad, el analista económico, después de clamar que hay que reinventar el capitalismo y favorecer, por ejemplo, el acceso a la vivienda, seguirá con su mantra contra el control de los precios y postulando propuestas que sabe implausibles para garantizar que seguirá el statu quo. Emprendemos acciones coyunturales ante situaciones concretas (el deterioro medioambiental), pero la comodidad nos gana. Hablamos de acciones colectivas, pero desde el esperado cambio de posición de los demás. De la tragedia de los bienes comunes no nos responsabilizamos.

Nada cambia tampoco respecto a las escandalosas retribuciones empresariales; sí, las más cercanas, las del Ibex, también. Para el trabajador esforzado nada justifica unas retribuciones que multiplican por 50 las 'normales'. Lo vivimos como lo que es: una tomadura de pelo; también las laxas compatibilidades en los ejercicios profesionales, los beneficios en especie escondidos, los fraudes a Hacienda. Pagar por no ir a la cárcel sigue siendo aceptado, y declarar notarialmente por debajo de lo que se paga (el propio fedatario pregunta si se han arreglado los asuntos y pone a disposición una salita).

Con todas estas condiciones, ¿qué sentido tiene esa aspiración de la ciencia en pro de un futuro transhumanista, vivido desde el mundo económico de ayer, cuando el humanismo de hoy está desapareciendo?