ANÁLISIS

Una derrota que no anula el optimismo

Dentro de unos meses, cuando termine la Liga, sabremos si la derrota por 2-0 fue una anécdota, o si fue una premonición

Los jugadores del Barça, cariacontecidos tras encajar el primer gol.

Los jugadores del Barça, cariacontecidos tras encajar el primer gol. / periodico

Jordi Puntí

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Esta semana los azares de la vida me han llevado a cerrar para siempre la casa de mis padres en Manlleu. La casa donde crecí. Mientras vaciaba los armarios y cajones de mi infancia, mientras atesoraba unos recuerdos y ahuyentaba otros, pensaba también que allí empecé a ser seguidor del Barça. Tenía siete u ocho años, lo que significa que llevo unos 45 siguiendo al equipo. De esos, 15 han sido con Leo Messi en el campo. Una tercera parte de mi vida en 'blaugrana' disfrutando con el mejor jugador del mundo. No está nada mal, pienso, y el vértigo de los años queda mitigado por esa sensación de privilegio absoluto. 

En esa misma habitación de adolescente colgó durante años el póster del Barça de la Recopa de Basilea. En un cajón, junto a un cubo de Rubik, aparece una cajita con los primeros cromos que guardé. Rexach, Cruyff, Migueli. También el de Sadurní, especial porque tiene su autógrafo. Sadurní era amigo de juventud de mi tío Anton, en La Bisbal del Penedès, al lado de L’Arboç. Un día, cuando me encontraba en el Forn de les Escales visitando a la familia, apareció Sadurní en persona. Mis padres me animaron a saludarle y yo, vergonzoso, me escondí. No podía creer que fuese de carne y hueso, que ese señor bonachón jugara junto a Cruyff.

Dialogar con el balón

Quizá por esa impresión sobrenatural que me produjo, durante años vi a Sadurní como el prototipo de portero. Todos los arqueros tenían su cara, sus cualidades felinas y de colocación. Incluso más tarde, cuando leí que Vladimir Nabokov, portero en su juventud en Cambridge, describía esa posición como la del "hombre del misterio" —pensé en Sadurní.

Ahora sé que el misterio de los porteros es que están muy solos en el campo y pasan largos ratos hablando con sí mismos, de aquí para allá en el área. También me doy cuenta de que en el Barça actual, Ter Stegen juega contra este misterio. Setién le invita a dialogar con el balón y el discurso del Barça empieza en sus piernas. Cuando los pases fluyen, como ayer en la primera parte en el Bernabéu, el equipo se vuelve más locuaz e invita al optimismo. Como mínimo hasta que Arturo Vidal se mete en medio como el jueves. Lástima de ocasiones erradas.

Promesa de buen juego

Hablando del Real Madrid... Una muesca ya histórica en un jarrón del comedor, en casa de mis padres, me recuerda que un día celebré demasiado un gol del Barça. Final de la Copa del Rey contra los blancos. 2-1, gol en plancha de Marcos, y Schuster haciendo butifarras. Me puse a saltar de la alegría, perdí el equilibrio y me estampé contra la vitrina…

¿Cuántos enfrentamientos entre Barcelona y Madrid habré vivido en esa casa? Imposible recordarlos todos. Las grandes victorias nos ayudan a fijar el pasado, se quedan marcadas en el calendario de los días memorables. El partido de este domingo en el Bernabéu, en cambio, se desvanecerá pronto. Me quedo con la promesa de buen juego en la primera parte, para un equipo que está flacucho, mental y físicamente. Dentro de unos meses, cuando termine la Liga, sabremos si la derrota por 2-0 fue una anécdota, o si fue una premonición.