Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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Súper Mario Bunge

El filósofo ayudó a que los seres humanos pensáramos las cosas bien pensadas antes de darlas por supuestas

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Esta semana ha fallecido Mario Bunge, el filósofo de la ciencia argentino. Hay personas, como él, que pasan por la vida y se nota. La mayoría de nosotros nos iremos de aquí sin haber ayudado nada a los demás, pero él lo hizo, y probablemente sin que fuera del todo consciente.

Podría suponerse que un filósofo de la ciencia, un epistemólogo, no es alguien que ejerza una labor de ayuda al prójimo, pero eso no es cierto en absoluto, o al menos no lo fue en el caso de Mario Bunge. Él ayudó, y además durante mucho tiempo, a que los seres humanos pensáramos las cosas bien pensadas antes de darlas por supuestas. 

Su lucha contra el pensamiento irracional, sus colaboraciones con colectivos escépticos, a los que ayudaba de forma desinteresada, supusieron durante décadas toneladas de oxígeno para los que, casi en solitario, intentaban derribar a los gigantes del embuste en la ciencia y en la vida.

Él nos enseñó que ser riguroso en la ciencia no debe quedarse solamente ahí, que ese rigor, ese método, debe aplicarse a todo.

La mayoría de los científicos y de los filósofos (él era las dos cosas) apuestan y defienden la racionalidad en sus áreas, pero luego, en las cosas de la vida, parece que la cosa se relaja.

Mario Bunge insistió en que el método que la ciencia ha ideado para observar y comprender el mundo es el mismo que todos nosotros, en nuestros asuntos, podemos utilizar para dirimir que es verdadero y que es falso.

Gracias a sus enseñanzas, todos nos convertimos un poco en científicos. El método riguroso y serio de la ciencia no es solo patrimonio de los especialistas, sino de todo el mundo, o al menos así debería ser. Eso es en lo que él insistía desde que empezó a escribir hasta esta misma semana en la que nos ha dejado.

La primera vez que oí su nombre, recuerdo que no sabía cómo se pronunciaba. Esa 'g' en su apellido podía decirse de varias formas y yo ignoraba cuál era la correcta. Vi ese nombre en la portada de un libro gordísimo donde se hablaba de epistemología en una época en la que yo no sabía del todo qué significaba esa palabra.

Me sonaba como a medicina. Luego, poco a poco, y gracias a él, supe que era la rama de la filosofía que aborda el tema del conocimiento, de hasta qué punto podemos saber, y de cuales son sus límites.

Luego volví a escuchar su nombre en boca de amigos míos pertenecientes a un colectivo de escépticos. Me hablaron de él y volví a sus libros con cariño.

Lo que aprendí de él no lo apliqué a la ciencia, porque, por desgracia, no soy científico, pero sí a la vida. Cómo él pretendía, empecé a usar el método de esos señores tan serios en los asuntos cotidianos, y supe que funcionaba tan bien en la vida como en el universo.

Por eso, para mí, Mario Bunge será, para siempre, el auténtico Súper Mario.