El nacionalismo catalán

Muerta Convergència, viva Convergència

El mundo del espacio posconvergente está más bullicioso que nunca: la cultura política de lo que fue CDC será una de las protagonistas principales de las próximas elecciones

Torra escucha una intervención de Puigdemont por videoconferencia, en el mitin final de campaña de JxCat de las últimas elecciones generales, en Barcelona.

Torra escucha una intervención de Puigdemont por videoconferencia, en el mitin final de campaña de JxCat de las últimas elecciones generales, en Barcelona. / periodico

Paola Lo Cascio

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El mundo del espacio posconvergente -con todos sus matices-, está más bullicioso que nunca. Está el espacio propio del 'expresident' Puigdemont, que se nutre del ala dura del nacionalismo catalán que siempre había existido en CDC y al que se añaden círculos más o menos amplios de personalidades que, a lo largo de estos últimos años, procedentes de sitios diversos, se han cohesionado en torno a la defensa de la unilateralidad, a la fidelidad a Puigdemont y -todo sea dicho- a una alta tolerancia hacia posiciones que en cualquier otra latitud del mundo serían etiquetadas como nacionalpopulistas.

Está la Crida, que ahora mismo tampoco es exactamente solo el instrumento que en su día Puigdemont había imaginado para doblegar a ERC y, en todo caso, al PDECat. La aparición televisada hace pocos días de su máximo dirigente, Jordi Sànchez -entrevistado por TV-3 en un permiso penitenciario-, ratificó que quiere jugar un papel político, que puede ser coincidente con Puigdemont, o no del todo.

Está el PDECat, suspendido entre la voluntad de reclamar su autonomía -también y sobre todo a la hora de confeccionar las próximas listas electorales- y la conciencia de que en su electorado la figura de Puigdemont es claramente un elemento de movilización.

Están -casi extramuros- los pedazos de la diáspora de la primera hora, como los restos de los convergentes de Germà Gordó, acompañados por los Lliures (y que nunca levantaron el vuelo del todo) de Antoni Fernández Teixidó o de la nueva Lliga Democràtica encabezada temporalmente por Astrid Barrio, que a pesar de reunir sensibilidades e historiales muy diferentes (y no todos convergentes) han declarado claramente que ambicionan interpelar al electorado del antiguo partido del nacionalismo conservador catalán. Cerca, están también los 'voluntariosos' de Poblet, aquel Món de Demà que aún no sabe si es civil o político, y en este trance recuerda ciertas sugerencias del antiguo 'fer país' de pujoliana memoria.

Está Artur Mas, que no se sabe si aparecerá como un superhéroe en el último momento, empujado, más que por la voluntad popular, por una TV-3 entregada a reflotar su figura bajo la nueva imagen del "gran unificador".

Lejos de desaparecer

Y, finalmente, está Marta Pascal, que esta vez parece decidida a no caer en el ostracismo. Joven, nacionalista de pies a cabeza, conservadora pero no rígida, liberal, dinámica y determinada a volver a la política tras las dos veces en que -primero sus compañeros de partido y luego con mucha más contundencia Puigdemont- han intentado enviarla a casa.

Es difícil saber qué pasará, ya que todo depende del grado de combinación o conflicto entre todos estos actores. Y sin embargo, de algo podemos estar bien seguros: lejos de desaparecer (como se ha asegurado que pasaría gracias al 'procés') una vez más, la cultura política de lo que fue Convergència será una de las protagonistas principales de las próximas elecciones.