Fin de la inhabilitación

La picardía de Artur Mas

El dirigente está dispuesto a sacrificarse y aspirar a la presidencia de la Generalitat si los interesados se lo piden; solo ha expresado una condición: no participar de ningún paripé electoral con Puigdemont

El expresidente de la Generalitar, Artur Mas

El expresidente de la Generalitar, Artur Mas / EUROPA PRESS / DAVID ZORRAKINO

Jordi Mercader

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Artur Mas está dispuesto a sacrificarse y aspirar a la presidencia de la Generalitat si los interesados se lo piden; solo ha expresado una condición: no participar de ningún paripé electoral con Puigdemont. Un detalle de honestidad que plantea la duda de si responde al interés real de ser candidato o de no serlo. Mas lo ha sido casi todo en política; fue delfín, rey sin máscara, promotor de la 'casa gran' del catalanismo, soñó con reencarnar a Macià, se imaginó convocando el referéndum de independencia aunque solo era un proceso participativo, fue defenestrado por los suyos e inhabilitado por la justicia, pero siempre ha hecho gala de cierta astucia.

Una astucia que dejó huella profunda en el origen inmediato de la desgraciada excepcionalidad política. Su responsabilidad es alta, aunque compartida con tantos otros y muy especialmente, e involuntariamente, con Mariano Rajoy, aunque lo del líder del PP es otra historia. La jugada maestra de Mas se materializó cuando la tramitación del Estatut del 2006. En aquel proceso, el entonces jefe de la oposición presionó a ERC para subir la apuesta de un texto atrevido de salida, luego pactó con Zapatero la rebaja de lo aprobado en el Parlament buscando la división del PSC y el descuelgue de los republicanos y lo consiguió. El resto lo hizo el Tribunal Constitucional al enterrar lo que quedaba.

La maniobra le dio para ganar las elecciones en el 2010 con un resultado extraordinario, 62 diputados, insuficientes para ser investido por no contar con el apoyo de ERC; sin embargo, apeló a la abstención del PSC, que se la prestó sin rencor. A partir de ahí, la astucia se transformó en picardía para sobrevivir, hasta que perdió un plebiscito figurado y la CUP le hizo pagar su entusiasmo por los recortes sociales. A pesar de todo, el legado de Mas es <strong>fundamental</strong> para entender dónde estamos. En un momento de euforia, en el 2012, alineó a CDC en el independentismo, solicitando del electorado una mayoría excepcional que le fue negada de forma cruel; tres años más tarde, improvisó un presidente sustituto, designando a Carles Puigdemont, al que apenas conocía.

De vuelta de su inhabilitación, Puigdemont sigue ahí, al frente del legitimismo, reinando en lo que un día fue el espacio ganador de la vieja CDC, hoy amalgama de siglas sin más concierto que el de su voluntad. Sin embargo, el líder duda sobre cómo evitar la victoria de ERC. En esta encrucijada, Mas aporta a su favor el crédito del inhabilitado por el Estado (opresor) y su experiencia de gobierno; en su contra arrastra el disgusto que propinó a sus apoyos financieros al abrazar el soberanismo y su escasa empatía con el independentismo radical que adora a su sucesor.

Mas depende de Puigdemont, con el que mantiene pocas coincidencias estratégicas y al que ya advirtió de los peligros de su aventura en el 2017, según airea ahora, y al que además no quiere en su lista para no repetir la artimaña electoral de un presidente imposible que cede el sillón a un presidente vicario.