Dos miradas

Vender mascarillas

Siempre he imaginado que debe haber, repartidos en lugares estratégicos de la ciudad (cualquier ciudad que sea un reclamo turístico), unos almacenes clandestinos con gente pendiente de los cambios meteorológicos

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Josep Maria Fonalleras

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Si hace un sol espatarrante, salen a la calle a vender abanicos o gorras para proteger la cabeza. Si, de repente, una tormenta de verano, de aquellas tan inesperadas, se instala en el centro de la zona histórica, los mismos que venían parasoles japoneses o palos de selfis invaden las calles cargados de paraguas. Cuando sale el sol (ha sido una descarga repentina y corta), vuelven a la carga con los abanicos y las gorras o con brazaletes de la suerte o algo por el estilo. Ahora, estos días, en Milán, <strong>venden mascarillas quirúrgicas y respiradores. </strong>Es un tipo de mercado que siempre está atento a las necesitas inmediatas del consumidor en potencia. ¿Hace sol? Aquí tienes una gorra. ¿Llueve? El paraguas. ¿Hay una epidemia apocalíptica? Máscaras para que los virus no circulen.

Es admirable, esta adaptación. Siempre he imaginado que debe haber, repartidos en lugares estratégicos de la ciudad (cualquier ciudad que sea un reclamo turístico), unos almacenes clandestinos con gente pendiente de los cambios meteorológicos. Con capacidad de respuesta rápida. Si la cosa va a más, son capaces de vender bates de béisbol para asaltar supermercados. Bueno, esperemos que no haga falta.