Efectos políticos del covid-19
Alarma y miedo: paraíso populista
Los ultras aprovechan el desconcierto que genera el coronavirus para promulgar sus recetas de siempre: cerrar fronteras, desconfiar del vecino y sembrar dudas sobre nuestras instituciones
Carlos Carnicero Urabayen
Periodista.
Carlos Carnicero Urabayen
Los estados de alarma propician el mejor de los escenarios para los populistas. Cuando nos adentramos en lo desconocido, perdemos el control. Tomamos decisiones aceleradas y poco reflexivas. Somos proclives a los atajos antes de saber bien si el camino de salvación es fiable o esconde en realidad un salto al vacío.
En la desesperación hacen negocio los golfos. Algunos vendedores de gel desinfectante y mascarillas no han dudado en disparar estos días el precio de sus productos. Los populistas hacen negocio político: aprovechan el desconcierto generado por el coronavirus para promulgar sus recetas de siempre: cerrar fronteras, desconfiar del vecino y sembrar dudas sobre la capacidad de nuestras instituciones para hacer frente a una amenaza, en este caso, sanitaria.
Recuerdo la resaca del 11-S. Aquello sí fue una verdadera tragedia, probablemente el más cruel atentado terrorista de la historia. El miedo arrugó comprensiblemente el corazón y las mentes de muchos norteamericanos y Bush Jr. no dudó en propulsar su agenda neoconservadora en aquel clima favorable. Sadam Husein no tenía armas de destrucción masiva, ni participó en los ataques a las Torres Gemelas, pero en la batidora populista cabe casi todo, incluso la invasión de Irak.
Los italianos están hartos de sufrir todo tipo de catástrofes. Terremotos, inundaciones, la caída del macropuente en Génova en el 2018 – sacudida por las dudas sobre la gestión pública de las infraestructuras – sitúan ahora al coronavirus como una gota más de una lluvia de calamidades que no cesan.
Sobre el papel, la amenaza no parece tan grave. El índice de mortalidad del covid-19 es similar al de una gripe cualquiera. Pero su novedad, la inexistencia de vacunas, su naturaleza global y expansiva –exacerbada por una psicosis mediática en una era acelerada en la que parecemos vivir en contante agitación– constituyen un escenario ideal para los ultras.
Salvini ha pedido el cierre de la frontera. Marine Le Pen también quiere suspender Schengen, un espacio de libertad que ha sobrevivido en los últimos años a la recesión, los ataques terroristas y la crisis migratoria. Algunos países del centro y este de Europa estudian medidas similares. Deberían recordar que la “infectada” Italia no es precisamente vecina de China.
La gestión del virus se ha convertido en un nuevo test de estrés para la Unión Europea. Hay mucho en juego. No solo la salud de los europeos, sino también su tembloroso bolsillo. La parálisis en la cadena de suministro china, las caídas en las bolsas y el golpe al corazón industrial italiano –tercera economía de Europa- traerán consecuencias para una zona euro que crece de forma raquítica (1,2% en el 2019).
La capacidad de coordinación europea debería ser la gran ventaja para afrontar amenazas que no conocen fronteras. Tan contraproducente es alarmar injustificadamente como menospreciar la amenaza real del virus. Ambos escenarios fortalecen a los Salvinis de Europa.
- Sumergir los pies en vinagre, la nueva tendencia que arrasa: estos son sus beneficios
- Rosalía disfruta de una cena familiar en un famoso restaurante del Born
- Illa replica a Aragonès y Puigdemont: "El uso del catalán ha retrocedido en una década de gobiernos de Junts y ERC
- Un final bochornoso en el Bernabéu
- El gran secreto para acabar con los pececillos de plata
- Olvídate de freír el huevo en la sartén: esta es la fórmula para hacer los mejores huevos fritos
- Álex ya está en casa: "Las Fuerzas Armadas nunca dejan a nadie atrás
- Este es el pueblo de Catalunya que participará en Grand Prix este verano