Tragedia y agobios en Idleb
La úlima ofensiva siria está provocando una grave crsisis humanitaria, con más de 850.000 desplazados forzosos
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
Lo más terrible de la ofensiva siria en Idleb, con apoyo aéreo ruso y ayuda de milicias sirias proiranís, es la grave crisis humanitaria que está provocando, con más de 850.000 desplazados forzosos desde el pasado 1 de diciembre, según los datos de la ONU. Sin embargo, insensibles una vez más a ese tremendo coste humano, los actores directamente implicados parecen mucho más preocupados por ver cómo logran imponer su dictado en un escenario en el que Al Asad sigue recuperando el control del territorio, Erdogan intenta evitar una nueva oleada de refugiados y Putin mantiene el liderazgo diplomático y militar en apoyo de Damasco, sin que Washington o Bruselas tengan nada sustancial que añadir.
Es obligado reconocer que Al Asad siente que el tiempo corre a su favor. Pero, aun así, la victoria definitiva no solo está lejos sino que, además, el régimen se enfrenta hoy a una situación interna nada envidiable. La sobreextensión de sus capacidades para atender simultáneamente varios frentes buscaba convencer a propios y a extraños de que la balanza se inclinaba a su favor de manera irreversible y de que, por tanto, a todos les convenía aceptar su victoria, restableciendo relaciones diplomáticas y movilizándose para contribuir a la reconstrucción del país.
Pero eso no solo no ha ocurrido sino que, en el terreno económico, los problemas no hacen más que aumentar. Como consecuencia de los crecientes gastos de la guerra, de la crisis libanesa y de las sanciones contra Irán, la moneda ha perdido la mitad de su valor en 2019 (al principio del conflicto un dólar se cambiaba a 47 libras y ahora ya hacen falta más de 1.000), mientras un 83% de la población vive por debajo de la línea de pobreza y los precios de los productos básicos aumentan a diario. Todo esto se traduce, en definitiva, en una ciudadanía descontenta que ya se atreve nuevamente a manifestarse contra unas autoridades que, de momento, prefieren no reprimir violentamente a quienes trata de ganar para su bando, al mismo tiempo que ya se plantean introducir medidas de racionamiento de azúcar, arroz y té.
A ese agobio interno se le suma el que Erdogan- interesado en evitar la consolidación de una entidad kurda en su frontera sur y en impedir que siga subiendo la cifra de los 3,7 millones de refugiados que ya alberga en su suelo- le plantea con su amenaza de desplegar más tropas si las unidades de Damasco no se retiran de la zona antes de final de mes. Al Asad tiene prisa por controlar la provincia y ha colocado a las tropas turcas en una situación insostenible (de hecho 8 de los 13 puestos de observación que desplegó a partir de 2018 en el marco del acuerdo para desescalar el conflicto están totalmente rodeados por tropas leales a Damasco). Pero la clave de su empeño está en la posición que tome finalmente Moscú. Por un lado, Al Asad pretende que Putin lo siga respaldando hasta el final, mientras que, por otro, Erdogan confía en convencerlo de que Ankara le ofrece más oportunidades de negocio que Damasco.
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