La aversión al riesgo

El virus, la gacela y nosotros

Los humanos somos miedosos y, como circula tanta información, es fácil que el miedo se contagie y genere una gran bola de nieve

Primera muerte por coronavirus en Corea del Sur

Primera muerte por coronavirus en Corea del Sur / periodico

Marçal Sintes

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Cualquier gacela del Parque Nacional del Serengueti, incluso la menos despierta, arranca a correr con todas sus fuerzas si le parece que algo se mueve entre los matorrales a 200 metros. Exactamente lo mismo hace el más viejo de los ñus si en el aire nota un olor extraño. Quizá entre los matorrales solo se encuentra un roedor inofensivo. Quizá el olor no proviene de una leona. Pero igualmente ambos huyen. Y lo han hacen porque lo llevan grabado en su cadena de ADN. Es instintivo e irracional, pero este mecanismo les ha preservado como especies hasta hoy.

Para protegerse los animales huyen sin pararse a pensar, y mucho menos a analizar serenamente si hay suficientes razones para hacerlo. O a evaluar las probabilidades de que aquella sombra que se recorta en el horizonte pertenezca o no a un depredador hambriento. Por supuesto, el homo sapiens también tiene incorporado este resorte en su ADN. Un resorte que podríamos perfectamente caracterizar como un miedo exagerado, una respuesta hija del 'pre-juicio'.

Esta breve visita al Serengueti viene a cuento de la reacción generalizada al coronovirus y en concreto a la decisión de algunas de grandes multinacionales de no acudir este año en el Mobile World Congress (MWC), provocando una reacción en cadena que llevó a suspender la cita tecnológica de Barcelona. Pero, naturalmente, este tipo de reacción no se produce solo ante grandes congresos, sino que se da habitualmente cuando existe un peligro potencialmente grave o incluso catastrófico.

La primera empresa en anunciar que no estaría en Barcelona fue la surcoreana LG. A continuación se produjo un goteo de otras renuncias. ¿Por qué empresas sofisticadas, de alta tecnología, actúan así a pesar de que las autoridades -desde la OMS hasta el Ayuntamiento de Barcelona- y la comunidad científica en pleno aseguran que la decisión de renunciar al MWC es exagerada y sin fundamento? Como ha hecho notar el periodista Marc Argemí, no deja de ser paradójico que la misma tecnología que se reúne en el MWC sea la que ha propulsado la 'infodemia', esto es, un alud informativo en el que se mezclan elementos de todo tipo y que hace difícil que el ciudadano pueda orientarse.

La explicación a la reacción de las compañías debe buscarse en la forma como hoy procesamos la oceánica cantidad de información que nos llega. Mi hipótesis es que, si la crisis del coronavirus se hubiera producido unos cuantos años años antes, el MWC se hubiera celebrado con total normalidad.

Las tecnologías de la comunicación han avanzado tanto que hoy, informativamente hablando, nuestro mundo es mucho más pequeño y mucho más denso. Ya no vamos en busca de la información, la información nos encuentra a nosotros. Nada es ya remoto, ni el número de víctimas del coronavirus en Italia ni la infección en un crucero -el 'Diamond Princess'- amarrado en Japón. Además, las noticias, por su propia naturaleza, enfatizan lo imprevisto, lo que rompe la 'normalidad', lo negativo.

Otro elemento confluyente es la aversión al riesgo, incluso a un riesgo objetivamente mínimo. Las cúpulas de las grandes empresas -también públicas- no toleran el riesgo. Son hipersensibles en este sentido. Mucho más que las de las pequeñas y medianas. Nadie, dada la escala de las posibles consecuencias, quiere asumir la responsabilidad vinculada a un potencial desastre. Los altos directivos tienen muchos incentivos que los empujan a no jugársela. Y si pueden, lo evitan. Si cancelan la situación potencialmente desastrosa, pueden dormir tranquilos. Si no lo hacen, no.

A su vez, cabe decir que cada vez que uno de los actores decide no exponerse al peligro, tal decisión debilita notablemente la posición del resto. Su capacidad de resistencia se erosiona y su situación se torna, de hecho, en más y más arriesgada. Cuando una gacela o un ñu arranca a correr, automáticamente el resto del grupo hace lo mismo. La estampida resulta inevitable.

Interiorizamos más aquello que confirma nuestros temores, lo que deforma nuestra percepción del entorno

Los humanos somos miedosos. Instintivamente miedosos. Tanto como lo puedan ser las gacelas y los ñus de Tanzania. Además, como circula tanta información, una información que es mucho más veloz que cualquier virus, es muy fácil que el miedo se contagie y crezca exponencialmente, generando una gran bola de nieve.

Inconscientemente elegimos e interiorizamos más vivamente aquellos elementos que confirman nuestras creencias, en este caso, nuestros temores. Es lo que se denomina 'sesgo de confirmación'. Este comportamiento irracional hace que exageramos la relevancia y el significado de determinadas informaciones -veraces o no-, deforma nuestra percepción del entorno y nos impele, como les sucede a la gacela y al ñu, a huir obedeciendo a nuestro instinto milenario.