ANÁLISIS

Todos somos Braithwaite

Hay en el destino del danés una sensación que humaniza al fútbol y lo acerca al ámbito de los aficionados: la posibilidad de intercambiar unos pases con al mejor jugador de la historia

Messiy Braithwaite se abrazan tras el triunfo del Barça al Eibar.

Messiy Braithwaite se abrazan tras el triunfo del Barça al Eibar. / periodico

Jordi Puntí

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Salió Braithwaite en la segunda parte frente al Eibar, sustituyendo a un Griezmann fallón, y en 20 minutos dejó claro que no es una toia. Poco después, ya duchado y en la zona mixta, el delantero danés confesó: "No me voy a lavar la ropa con la que he abrazado a Messi". Bueno, esperemos que en el futuro pueda abrazarle en muchos más goles, pero lo cierto es que las palabras de Braithwaite nos representan a todos. Hace unos días estaba luchando con el Leganés para no descender, y anteayer el Camp Nou le aplaudía con entusiasmo por su papel en los goles. Hay en su destino una sensación que humaniza al fútbol y lo acerca al ámbito de los demás mortales, nosotros, los aficionados: la posibilidad de intercambiar unos pases con al mejor jugador de la historia.

En realidad, este ascenso meteórico hacia la fama, digno de un concurso televisivo, es la antítesis perfecta de lo que le ha ocurrido a Carles Pérez: años y años jugando en las categorías inferiores del Barça, asimilando los valores del club y de un estilo, para que luego, cuando por fin consigues jugar con el primer equipo, desde el club te digan que ya no cuentas y que te vas a Roma. Es probable que Carles Pérez también guarde (sin lavar o no) la camiseta de su debut junto a Messi, pero estos días ha comentado que está dolido por la situación. "Me quitaron mi sueño sin razón", decía en una entrevista, y recordaba que no hace mucho Marc Cucurella -otro exiliado- lamentaba que ya no se tenga la "paciencia" con los jóvenes de la cantera.

Al fútbol actual solo le importa el presente, y ahora todos somos Braithwaite, pero conviene no olvidar que es fin de semana de Carnaval y nos travestimos de lo que haga falta. Antes que él, también hemos sido Carles Pérez y Ansu Fati en aquella tarde del Valverde más atrevido, y hemos sido Riqui Puig en promesa, y en casi promesa Abel Ruiz (ahora exiliado en el Sporting de Braga), y Carles Aleñá (ahora exiliado en el Betis). Exactamente igual que en su día fuimos Xavi, Puyol, Busquets e incluso, sí, Leo Messi en día de su debut con el primer equipo, un lejano octubre del 2003.

Estructura ficticia

La palabra clave es paciencia, claro. La paciencia que los socios han tenido con la directiva actual del Barça es inversamente proporcional a la que éstos han demostrado con los jóvenes del fútbol base. Cuántos años tirados por la borda. Nada más llegar, Setién probó con Riqui Puig y Ansu Fati, y todo parecía que podía cambiar un poco, pero han bastado media docena de partidos y la llegada de Braithwaite para comprobar que, en este plano, las cosas siguen más o menos igual.

Sin embargo, ahora no vamos a ser tan demagogos de culpar a Setién. Él se pliega a las consecuencias de la política errática de la Masia, las asume, porque Bartomeu y sus responsables deportivos han creado antes una estructura ficticia, que basaba su modelo en el éxito comercial y no en la fe en un proyecto de club que crece desde abajo. Tal como dejó claro la afición el pasado sábado, repartiendo pitos y aplausos, está bien recordar que ahora todos somos Braithwaite, de acuerdo, pero también que no somos tontos.