Análisis

El 3%, el epitafio del pujolismo

Pasqual Maragall y Jordi Pujol, en una imagen del 2009.

Pasqual Maragall y Jordi Pujol, en una imagen del 2009. / periodico

Jordi Mercader

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El día que Pasqual Maragall anticipó el epitafio de CDC y del pujolismo con una célebre frase improvisada, el 65% de los catalanes creía que el partido que había gobernado Catalunya durante 24 años cobraba comisiones por las obras públicas. De todas maneras, una mayoría opinaba que el 'president' de la Generalitat se había equivocado al hablar del tema en el <strong>Parlament</strong>, hecho sucedido en una sesión extraordinaria para tratar del hundimiento parcial del túnel de la Línea 5 del Metro en el Carmel. Las deficiencias en el encofrado, así como la eliminación de algunas prospecciones del subsuelo, se relacionaron con los pagos del 3%.

Antes de fijar para siempre el 3% como el problema emblemático de CDC, el 'president' Maragall había pronunciado otra profecía: “Ustedes tienen alguna cosa que esconder, si no, no se explicaría su tono, la historia lo demostrará”. Y en eso estamos, 15 años después. Los tribunales que se ocupan de las diferentes tramas de cobro de comisiones prosiguen sus trabajos con muchos procesados, entre ellos media docena de 'exconsellers', y pocas sentencias; salvo la del expolio del Palau de la Música, conocida hace dos años, en la que el 3% de mordida ya era de un 4%.

En este largo periodo, el pujolismo ha perdido todo su crédito y no solo por la financiación irregular del partido; el propio <strong>Jordi Pujol</strong> asumió sus culpas por unos dineros en <strong>Andorra</strong> y sus hijos siguen pendientes de múltiples causas judiciales por delitos diversos asociados al tráfico de influencias. La popularidad del 'expresident' se esfumó de la misma manera que desaparecieron las siglas de su creación política, CDC, en un intento de enterrar la vergüenza de la corrupción y eludir las eventuales responsabilidades financieras. El PDECat, partido de ideología errática y liderazgo confuso desde el día que nació, sustituyó al movimiento nacionalista creado en Montserrat. El cambio de nombre lo propició Artur Mas, el delfín de Pujol, y el hombre que retó por tres veces seguidas a Maragall en sede parlamentaria hasta obtener una respuesta tan antológica como arriesgada.

El día que la leyenda del 3% tomó cuerpo de acusación parlamentaria, casi nadie estaba dispuesto a levantar las alfombras del régimen que había perdido la Generalitat a manos del gobierno de PSC-ERC-IC. Es conocida la reacción de los partidos del tripartito desentendiéndose de dar continuidad a la acusación formulada por su presidente, quien, a pesar de retroceder al instante de haber proclamado el nombre del problema, se dejó mucha piel para salir vivo de una crisis que evidenció su soledad.

Difícil demostración

La existencia del cobro de comisiones susurrada por muchos empresarios y políticos por toda Catalunya durante los años del pujolismo e incluso después del episodio parlamentario del que celebramos el aniversario es un formato de corrupción de difícil demostración. Artur Mas lo repitió mil veces cuando se enjuició el caso del Palau: nadie me ha mostrado ningún expediente de un concurso de obra público manipulado para adjudicarlo a un amigo del partido. Y era verdad, porque la documentación administrativa pueden ser impoluta sin que este extremo elimine el tráfico de influencias; por eso nada se movió hasta que algunos empresarios implicados en el pago de comisiones se confesaron ante la Policía y se pudo tirar del hilo de la complicada madeja de los hechos.

Las sospechas políticas eran contemporáneas a los susurros, sin embargo, en la auditoría efectuada de las cuentas del último gobierno de CiU antes de la llegada del tripartito no se señalaba ninguna irregularidad digna de ser trasladada a la Fiscalía. Las conclusiones fueron redactadas al más puro estilo tecnocrático, de tal manera que solo las supieron leer los muy expertos o los supuestamente señalados. Alguno habría, porque después de hacerse público el informe CiU reaccionó airadamente, dando por rotas las discretas negociaciones que se mantenían con el Gobierno para pactar una nueva propuesta de financiación autonómica.

La auditoría era una promesa electoral que había despertado muchas expectativas, sin embargo, la conservadora estrategia elegida para hacer públicas las conclusiones causó cierta decepción en diversos despachos del Palau de la Generalitat. Esta sensación coincidió con el hundimiento parcial del túnel del Carmel y la agresividad de CiU contra los gestores de la obra para eludir sus propias responsabilidades en un proyecto que presentaba serios déficits técnicos a juicio de los nuevos responsables. La tormenta estaba servida.