LA CLAVE

Guerra étnica global

La propagación del coronavirus originado en Wuhan se ha convertido en el último test a nuestra humanidad.

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Carol Álvarez

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De los hutus y los tutsis y la guerra balcánica de finales del siglo XX al resurgir reciente de ideas supremacistas en demasiados discursos de Europa occidental y de EEUU, la lucha por hacer de la globalización un paso adelante en la sociedad y no una amenaza se libra día a día en infinidad de lugares y situaciones. El miedo al diferente nos persigue como un fantasma a lo largo de la Historia, y la civilización ha hecho lo que ha podido para que no nos dejemos arrastrar por instintos primarios que, además, son fácilmente manipulables. Solo hace falta una mecha para encender el odio étnico.

 La propagación del coronavirus originado en Wuhan se ha convertido en el último test a nuestra humanidad. Presenciamos con preocupación los modales de Estado desplegados por Rusia, con su veto de entrada al país a los ciudadanos chinos, y nos escandalizamos cuando puñados de desaprensivos atacan a pedradas los autobuses que trasladan evacuados de Wuhan que han de pasar la cuarentena en un hospital ucraniano. Pero ya en Barcelona, hay críos molestando a otros críos a los que llaman coronavirus en el patio del colegio solo por tener rasgos asiáticos. Todo un síntoma de un mal que necesita nuestra inmediata atención. En la crisis del contagio del covid-19 se combinan dos componentes altamente inflamables: el origen racial vinculado al virus y el miedo a lo desconocido, cuando aún se estudian los patrones de contagio y se trabaja contrarreloj para obtener un remedio. 

Atrás quedó la guerra balcánica y sus más de 150.000 muertos, su colosal movimiento migratorio, que afectó a millones de personas, ahora superado por la tragedia de los inmigrantes del arco mediterráneo y Siria. La herida en el corazón europeo empieza a cicatrizar y esta semana ya nos ofrece otro gesto, la reactivación del enlace ferroviario entre Kosovo y Serbia interrumpido 20 años atrás. Pero el conflicto de raíces étnicas que tan apasionadamente describió Robert Kaplan en Fantasmas balcánicos es un paso de baile hacia adelante en esta particular yenka en que damos más pasos de la cuenta hacia atrás, donde la discriminación racial vuelve a escena.